Publicado: Vie Dic 18, 2009 12:24 am
por Domper
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Si buscamos en un diccionario médico, no encontraremos el “Síndrome del árbol de Navidad”. Pero si hubiese tratados de psicopatología militar, merecería todo un apartado ¿y qué síndrome es ese? Pues es sencillo de entender: si tenemos un árbol de Navidad, empezamos a adornarlo, primero con bolas, luego guirnaldas, luego figuritas, al final todo lo que se nos ocurra, hasta que haya más adornos que árbol.

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Si ponemos muchas guirnaldas a un arbolito sólo peligra nuestro gusto. Pero con los equipos militares… A este avión tan bonito podríamos ponerle un motor mejor, esta ala de materiales compuestos pesa menos, como va a volar un avión sin alertador radar, mira que misil tan bonito para integrarle… Claro que cada “adorno” que le ponemos cuesta una porrada de dinero, hasta que el coste es tan elevado que nos quedamos sin avión.

Ejemplos, todos, pero el de la aviación es paradigmático. La todopoderosa USAAF al planear los aviones del siglo XXI solicitó unos aviones tan eficientes (y tan complejos) que sólo puede adquirir cantidades ridículas: 21 bombarderos B-2, 183 F-22. Para un país que fabricó en 1943 más de 100.000 aviones hace meditar sobre la cordura de los proyectistas porque ¿de verdad es tan eficaz un F-22 como para que compense tener tan pocos?

Fue el síndrome del “árbol de Navidad” lo que consiguió matar a los acorazados. Más que el desarrollo de la aviación, de los misiles, o de lo que sea. Porque a ese barco tan bonito le podríamos poner… Pero para entender lo ocurrido convendría dar un repaso a la historia de lo que fueron los reyes de los mares.

El acorazado moderno ha sido un fenómeno que nació con el siglo XX, pero que no vivió tantos años. El siglo XIX tras las guerras napoleónicas fue muy parco en acciones navales. La última gran batalla naval había sido la de Lissa en 1867, en la que participaron junto a algunos acorazados barcos de madera que no hubiesen desentonado en Trafalgar. El progreso de la técnica naval en la segunda mitad del XIX fue tan rápido que no era raro que algunas unidades quedasen obsoletas aun antes de ser botadas. Pero como los acorazados no se habían probado, los diseños se hacían un poco a ojo, pensando en los combates penol contra penol del siglo XVIII.

Primer acto: Santiago de Cuba

La primera guerra naval en la que participaron buques modernos fue la Hispanonorteamericana de 1898. En ella hubo dos batallas navales (Cavite y Santiago de Cuba) y varias escaramuzas. La guerra no pasaría a la historia por lo imaginativo de las tácticas empleadas, pero hizo recapacitar seriamente a los marinos. Aunque los barcos montaban con cañones con alcances de diez o más kilómetros, se combatió a distancia bastante corta (entre 1.000 y 2.000 m) y a pesar de ello, la precisión del tiro fue pésima: los barcos norteamericanos apenas consiguieron un 4% de aciertos (los españoles algo más, pero sus proyectiles eran demasiado ligeros). La artillería pesada de los acorazados resultó un fracaso: sólo consiguió dos impactos, cuando el Iowa disparó a quemarropa contra el María Teresa que se hundía.

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Batalla de Santiago: el crucero español Vizcaya estalla

Con una precisión tan pequeña una mejoría en el tiro naval tendría un efecto desproporcionado: llegar a un 20% de impactos era bastante más barato que cuadruplicar la flota. Varios oficiales navales, especialmente el norteamericano Sims y el inglés Scott realizaron varias pruebas. Independientemente llegaron a la conclusión que para mejorar la precisión lo ideal era que el fuego se dirigiese centralizadamente (es decir, no apuntarían los artilleros sino que se haría desde la dirección de tiro), y para ello lo mejor era que todos los cañones del barco fuesen del mismo calibre. Al mismo tiempo, el ingeniero italiano Vittorio Cuniberti propuso un nuevo diseño de acorazado para la marina italiana, que sólo tendría dos tipos de cañones: pesados (de 305 mm) y ligeros contra torpederos.

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Vittorio Cuniberti

Pero la marina italiana estaba muy apurada pagando los acorazados Regina Margueritta y los cruceros ¿de batalla? Pisa, y tuvo que esperar a mejor ocasión.

Segundo acto: Tushima

En 1904 comenzó la segunda gran guerra naval (la tercera si contamos la de Corea, pero pasó casi inadvertida). Japón atacó a la flota rusa de Extremo Oriente y venció al Imperio Ruso tras barias batallas campales, un largo asedio, y una guerra naval que culminó en la batalla de Tushima.

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Un dibujo de un periódico muestra el hundimiento de un acorazado ruso

Mientras en Santiago combatieron cruceros, en Tushima lo hicieron flotas completas. Acorazados, cruceros, destructores y torpederos lucharon en batallas de dimensiones comparables a Trafalgar. Esta vez se combatió a distancia mucho mayor, de más de 5.000 m. A esas distancias, los cañones ligeros resultaron inútiles, los cañones medios causaban pocos daños, y los únicos cañones capaces de averiar o hundir a otro barco eran los pesados, de 250 mm o más. Los artilleros japoneses demostraron un gran entrenamiento, alcanzando a los barcos rusos desde grandes distancias, y consiguieron una victoria asombrosa.

Tercer acto: Dreadnought

Si se iba a combatir a distancias tan grandes, los sistemas de tiro centralizados serían imprescindibles, y por tanto, las baterías artilleras unificadas. Simultáneamente tres marinas iniciaron la construcción de buques monocalibres: Inglaterra (el Dreadnought), Estados Unidos (los dos South Carolina) y Japón (los dos Satsuma). Los tres diseños eran bastante diferentes entre sí, pero coincidían en lo principal: eran acorazados relativamente grandes (entre 15.000 y 18.000 Tn), con una batería principal de cañones de 305 mm (entre ocho y doce) y otra antitorpederos de 76 mm.

Inglaterra fue la primera en acabar una unidad, el Dreaddnought, usando los equipos ya construidos para los acorazados clase Lord Nelson:
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El HMS Dreadnought

Pero sólo se adelantaron a Estados Unidos porque retrasos en la entrega de equipos y dificultades financieras retrasaron la construcción de los South Carolina y Michigan:
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El South Carolina

Y los japoneses tuvieron mayores problemas con sus barcos. Finalmente se retrasó la fabricación de los cañones del Satsuma, y su proyecto fue modificado como un Predreadnought (con cañones de 305 mm y de 254 mm). El dinero ahorrado permitió montar cañones de 305 mm en su mediohermano Aki, que sería el primer monocalibre japonés. Aun así, los cañones de las torres de las bandas eran algo diferentes a los de los extremos.
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El japonés Aki

La construcción de estos cuatro barcos ya empezó a mostrar problemas. Las nuevas unidades montaban tantos cañones pesados como antes una flotilla, y eran muy caros y de fabricación costosa. Las turbinas de vapor mejoraban la velocidad, pero también eran caras (los dos South Carolina y el Satsuma prescindieron de ellas). En resumen, los nuevos barcos iban a ser caros y difíciles de fabricar.

Pero las ventajas eran obvias: un acorazado monocalibre podía combatir a un buque más antiguo a grandes distancias, a las que el enemigo no podía responder, y con una precisión de tiro muy superior. Los barcos antiguos Pre-dreadnoughts” fueron apodados “five minutes ships”, que era lo que pensaban que durarían frente a uno de los nuevos acorazados. Todas las marinas pudientes se prepararon para construir o adquirir alguna unidad.

Seguirá