Publicado: Sab Mar 26, 2011 10:52 pm
por grognard
Churchill relata así el desarrollo de la Operación Catapulta en el norte de Africa

El golpe más rotundo se asestó en el Mediterráneo occidental. A las dos y veinticinco minutos del 1 de julio el Almirantazgo envió las siguientes órdenes al vicealmirante Somerville (que se hallaba en Gibraltar con la "Fuerza H”, consistente en el crucero de batalla "Hood”, los acorazados "Valiant" y "Resolution", el portaaviones "Ark Royal", dos cruceros y once destructores):

    Prepárese para operación "Catapulta" 3 julio

Entre los oficiales de Somerville figuraba el capitán Holland, valiente y distinguido marino, ex agregado naval en Paris, muy amigo de los franceses y dotado de mucha influencia. En las primeras horas de la tarde del día 1 de julio el vicealmirante nos telegrafío así:

    Después de hablar con Holland y otros oficiales, el vicealmirante de la Fuerza H ha quedado impresionado por la opinión que ellos sostienen y según la cual debemos evitar a toda costa el uso de la fuerza. Holland considera que el emprender una acción ofensiva nos enajenaría la buena voluntad de todos los franceses, estén donde estén
.
A las seis y veinte de la tarde el Almirantazgo respondió

    Es firme intención del gobierno de Su Majestad que, si los franceses no aceptan las condiciones que usted les imponga, sean destruidos

.Poco después de medianoche (concretamente a la una y ocho minutos de la madrugada del 2 de julio), el vicealmirante Somerville recibió el texto —muy cuidadosamente considerado por nosotros— de la comunicación que debía mandar al almirante francés. Dicho texto rezaba:

    Es imposible para nosotros, camaradas de ustedes hasta ahora, permitir que los espléndidos barcos franceses caigan en poder de los enemigos, sean alemanes o italianos. Estamos determinados a luchar hasta el fin y si vencemos, como contamos vencer, nunca olvidaremos que Francia fue nuestra aliada, que nuestros intereses son los mismos que los suyos y que nuestro enemigo común es Alemania. Si triunfamos, declaramos solemnemente que restableceremos la grandeza y territorios de Francia. A estos efectos hemos de impedir que los mejores buques de la escuadra francesa sean usados contra nosotros por el enemigo común.
    Dadas tales circunstancias, el gobierno de Su Majestad me ha ordenado que pida a la flota francesa surta al presente en Mers-el·Kebir y Oran, que obre de acuerdo con una de las siguientes posibilidades.
    a) Zarpar, unirse a nosotros y continuar peleando para lograr la victoria contra alemanes e italianos:
    b) Reducir sus tripulaciones y con los marineros que queden, navegar bajo nuestra fiscalización hasta un puerto británico. Dichas tripulaciones reducidas serán repatriadas lo antes posible.
    Si acepta usted uno de esos procedimientos, al terminar la guerra devolveremos a Francia sus buques o abonaremos la oportuna indemnización si hubiesen sufrido danos.
    c) Si se considera usted obligado a garantizar que sus buques no sean usados contra los italianos ni alemanes a menos de que éstos quebranten el armisticio, procederé a hacerlos navegar con nosotros, llevando tripulaciones reducidas, hasta algún puerto francés de las Indias Occidentales —como, por ejemplo, la Martinica—, donde las unidades serán desmilitarizadas a nuestra satisfacción. También podrían confiarse a los Estados Unidos, donde permanecerían en seguridad hasta el fin de la guerra. En este caso se repatriarán sus tripulaciones.
    Si usted se niega a aceptar estas razonables propuestas, yo, deplorándolo mucho, me veré en la necesidad de pedirle que hunda usted sus barcos en el término de seis horas.
    En fin, y si lo últimamente mencionado no se cumpliera, el gobierno de Su Majestad me ha dado órdenes de que use la fuerza que sea necesaria para impedir que los buques de usted caigan en manos italianas o alemanas.

Durante el atardecer del día 2 rogué al Almirantazgo que expidiese al vicealmirante Somerville el siguiente mensaje (que se envió a las diez y cincuenta y cinco de la noche):

    Se le confía a usted una de las más ingratas y dificultosas tareas con que jamás se haya visto enfrentado un almirante británico, pero tenemos entera confianza en usted y confiamos en que la lleve a término sin dilación

El almirante zarpó al alborear y llegó ante Oran a obra de las nueve y media de la mañana. Destacó al capitán Holland en un destructor, con la misión de visitar a Gensoul, el almirante francés. En vista de que éste se negaba a recibir a nuestro emisario, Holland le remitió el ya citado documento. El almirante Gensoul contestó, por escrito, que nunca permitiría que los barcos franceses cayesen en poder de italianos o alemanes, y que la fuerza sería repelida con la fuerza. Las negociaciones continuaron durante todo el día. El capitán Holland, en su destructor, permanecía a lo largo de la bocana del puerto. Para nosotros era evidente el desasosiego que cundía entre el vicealmirante inglés y sus principales oficiales. Lo notábamos en el tono de las señales que ellos cambiaban entre si. Salvo órdenes directas y concretas, nada en el mundo les habría decidido a abrir el fuego contra quienes hasta hacía poco fueran sus camaradas. También en el Almirantazgo reinaba una emoción manifiesta. Pero nada debilitó la resolución del Gabinete de Guerra. Pasé toda la tarde en mi despacho, en continuo contacto con los más sobresalientes de mis compañeros, y en particular con el Primer Lord del Almirantazgo y el Primer Lord del Mar. A las seis y veintiséis minutos de la tarde expedimos la siguiente orden definitiva:

    Antes de que oscurezca, los buques franceses habrán de cumplir nuestras intimaciones, a no ser que prefieran hundirse ellos mismos o ser hundidos por nosotros


Desde mi punto de vista, conforme a lo expuesto anteriormente, considero que por parte británica se hizo todo lo posible para evitar el enfrentamiento armado.

La acción, empero, había comenzado ya. A las cinco y cincuenta y cuatro minutos el almirante Somerville abrió el fuego sobre la poderosa flota francesa, que se hallaba protegida por las baterías de la costa. A las seis de la tarde Somerville nos anuncio que estaba librándose una lucha muy intensa. El bombardeo naval duré unos diez minutos, y fue seguido de fuertes ataques de nuestra aviación marítima, que despegaba del “Ark Royal”. El acorazado “Bretaña” fue volado. El “Dunquerque” varó. El "Provenza" encalló. El "Estrasburgo" consiguió huir y, aunque atacado y averiado por nuestros torpedos aéreos, pudo alcanzar Tolon, lo que también consiguieron los cruceros de Argel.

En Alejandría, y tras prolijas negociaciones con el almirante Cunningham, el almirante francés, Godfrey, accedió a descargar su repuesto de petróleo, a retirar ciertas partes esenciales de sus mecanismos artilleros y a repatriar algunas de sus tripulaciones. En Dakar, el 8 de julio, el porta-aviones “Hermes”, bravamente secundado por una barca motora de la armada, atacó al acorazado francés “Richelieu”. El buque fue alcanzado por un torpedo aéreo y sufrió graves averías. El portaaviones francés y dos cruceros ligeros que anclaban en las Indias Occidentales francesas, quedaron inmovilizados, tras largas discusiones, en virtud de un acuerdo con los Estados Unidos.

El día cuatro de julio informé extensamente a la Cámara de los Comunes de la medida que habíamos tomado. El crucero de batalla "Estrasburgo" había conseguido escapar y aun no teníamos noticias de la inmovilización práctica del "Richelieu", pero de todos modos nuestra decisión había eliminado a la flota francesa de guerra como posible elemento de los cálculos alemanes.

Aquella tarde hablé durante una hora lo menos, dando un minucioso relato de tan tristes acontecimientos, tal como yo los conocía. Nada necesito añadir a la descripción que entonces hice al Parlamento y al mundo.

(...)

El ver desaparecer a la flota francesa como factor operante —y el que ello se lograse casi de un solo golpe y por medio de una acción violenta—— produjo honda impresión en todos los países. Porque nuestra Gran Bretaña, que muchos daban por humillada y fuera de combate, nuestra Gran Bretaña, a la que se suponía próxima a rendirse ante el tremendo poder alineado contra ella, volvía a la carga y, atacando rudamente a sus buenos aliados de ayer, se aseguraba, al menos por algún tiempo, un disputado dominio de los mares. Era obvio que el Gabinete de Guerra británico no temía nada, ni ante nada se pararía. Y así sucedía en realidad.

El día 1 de julio el gobierno Pétain se traslado a Vichy y se instituyó en la única autoridad legal de la Francia no ocupada. Al recibir las noticias de lo acaecido en Oran, los organismos de Vichy resolvieron ejercer represalias contra Gibraltar e hicieron partir de las bases norteafricanas varios aviones que dejaron caer en el puerto gibraltareño unas pocas bombas. El 5 de julio el gobierno francés rompió formalmente sus relaciones diplomáticas con la Gran Bretaña. El 11 de julio el Presidente Lebrun resignó su cargo en manos del mariscal Pétain, quien fue nombrado jefe del Estado por la enorme mayoría de 569 votos en favor y 80 en contra. Hubo 17 abstenciones y muchos ausentes.

El genio peculiar de Francia permitió a los franceses comprender el alcance y trascendencia del episodio de Orán, y de aquella nueva y amarga tribulación supo el pueblo francés sacar nuevas fuerzas y esperanzas. El general De Gaulle, a quien yo no había consultado nuestra decisión, se portó magníficamente y Francia, al ser libertada, ratifico su conducta.

Debo al señor Teitgen, miembro destacado del Movimiento de Resistencia, y más tarde ministro de Defensa francés, cierto relato que merece reproducirse. En un villorrio próximo a Tolon moraban dos familias campesinas, cada una de las cuales había perdido un hijo —los dos eran marineros— durante el ataque británico a la flota de Oran. Se acordó celebrar un funeral al que asistieron todos los vecinos. Las dos familias solicitaron que la bandera inglesa cubriese los ataúdes al lado de la tricolor, y tales deseos fueron respetuosamente cumplidos. Ello demuestra que a veces el espíritu de comprensión de la gente sencilla raya en lo sublime.


Transcripción parcial del capítulo XI (El almirante Darlan y la flota francesa) de "La Segunda Guerra Mundial" de Winston Churchill, Volumen III, La caída de Francia

Han sido unos post largos y densos, pero me parece que era preciso conocer "de primera mano" las impresiones de uno de los mayores implicados y responsables de lo sucedido en Mers-el-Kebir.