Publicado: Mié Mar 28, 2007 1:56 am
por Mikhailovna
Hola a todos.

No tenía muy claro si poner este post aquí o en Aviación, pero teniendo en cuenta los efectos de tales armas...¿qué más da su procedencia?

Saludos peloneros.


ARMAS BIOLÓGICAS

"¿No sería posible propagar la viruela entre estas insurrectas tribus de indios?" Esta frase pertenece a sir Jeffrey Amherst, comandante en jefe británico en Estados Unidos, y aparece en una carta dirigida al coronel Henry Bouquest, que por entonces combatía a los indios en Ohio y Pennsylvania, en 1760.
La respuesta de Bouquest a la carta de Amherst fue que lo pensaría, pero un tal capitán Ecuyer, de Fort Pitt, ya había ofrecido unos "regalos" a dos jefes indios hostiles: "dos mantas y un pañuelo recogidos en el Hospital de la viruela".


Las armas químicas causaron tanta miseria y repulsión en la Primera Guerra Mundial que su uso se convirtió en la peor atrocidad en la mente de la mayoría de las personas de la época. Tanto es así que en 1925 dieciséis de las mayores naciones del mundo firmaron el Protocolo de Ginebra, comprometiéndose a no usar nunca gases o armas bacteriológicas. Aunque los Estados Unidos firmaron el protocolo, el Senado no lo ratificó hasta 1975.

En los años comprendidos entre 1940 y 1970 se despertó un macabro interés por las armas biológicas, tanto en Oriente como en Occidente. Esta situación tocó a su fin cuando, en 1969, el presidente Nixon renunció unilateralmente al empleo de agentes y armas biológicos letales. Aunque ciertos observadores han puesto de relieve el hecho de que Nixon se encontraba sometido a una gran presión política debido al programa estadounidense de destrucción de cultivos en el sureste asiático durante la guerra de Vietnam y a que las investigaciones militares habían demostrado que los agentes biológicos eran armas imprevisibles y de escasa aplicación en la guerra, lo cierto es que fue un paso muy importante. Después de aquello ya no existía ningún obstáculo para celebrar una convención internacional y, en 1972, se llegó a un acuerdo sobre el tema. Pero también se encontró una excusa para seguir produciendo estos agentes, pues los firmantes se comprometieron a no desarrollar, fabricar, almacenar ni adquirir o retener microbios ni otros agentes biológicos, ni toxinas, bajo ninguna circunstancia, todo lo anterior quedaba justificado si se realizaba con fines profilácticos, de protección o para otros objetivos pacíficos.

La aparición de la biotecnología y el potencial que posee la ingeniería genética no son temas ajenos a los estrategas militares. El fracaso del programa estadounidense para la guerra biológica durante los años sesenta se debió en parte a los problemas de dispersión e imprevisibilidad de los agentes biológicos. Hoy, con la capacidad para fabricar organismos adaptables a tareas concretas, la guerra biológica vuelve a despertar interés.

En 1931, justo después que los japoneses invadieran Manchuria, Ishii Shiro, cirujano del ejército, convenció a sus superiores que los microbios podían constituir un arma barata y devastadora al mismo tiempo. Se crearon unas instalaciones de experimentación, la llamada "Unidad 731", en Harbin, y en ellas se llevaron a cabo investigaciones secretas durante quince años. La "Unidad 731" salió a la luz pública en 1976, en un programa de la televisión japonesa en que se entrevistó a los antiguos participantes. Los entrevistados explicaron el gran alcance de sus experimentos y admitieron que habían empleado como conejillos de Indias a tres mil prisioneros de guerra rusos, chinos y norteamericanos. Pero lo más importante es que lo habían revelado a los vencedores norteamericanos en 1946, a cambio de tener inmunidad en los consejos de guerra.

Las grandes instalaciones de Harbin contaban con sofisticados criaderos de gérmenes e insectos, una cárcel, terrenos de pruebas, un arsenal para fabricar bombas de gérmenes, un campo de aviación y un crematorio. Los agentes biológicos que se investigaban eran los que producen la peste, el tifus, la disentería, el cólera, la tularemia, la brucelosis, el ántrax y la viruela. Se transmitían dichas enfermedades a los prisioneros para ver cuántos morían, o se les mataba con morfina durante el desarrollo de las mismas con el objeto de estudiar el estado de sus órganos internos. Se calcula que la "Unidad 731" podía criar no menos de 30.000 billones de microbios cada pocos días; es decir, ocho toneladas de bacterias al mes. Se construyeron criaderos de pulgas para producir con rapidez agentes que pudieran propagar la peste. Además de realizar pruebas en la "Unidad 731", se llevaron a cabo experimentos completos con al menos once ciudades chinas entre 1940 y 1944.

El temor a los ataques con armas biológicas se intensificó a principios de los años cincuenta, y a ello contribuyeron las acusaciones de China contra los japoneses. En 1940 se creó en Gran Bretaña la Microbiological Research Establishment (Fundación de Investigaciones Microbiológicas, MRE), en Porton Down, que vino a añadirse a la ya existente Fundación de Investigaciones Químicas. Los científicos de Porton Down y los observadores de la institución paralela estadounidense pusieron a prueba una bomba de ántrax que se encontraba en fase de desarrollo en 1941 y 1942 en la isla de Gruinard, cerca de la costa occidental de Escocia. En estos experimentos se emplearon ovejas para comprobar la teoría de que se puede propagar el ántrax con una bomba que hace explosión en el aire. Los experimentos dieron resultados positivos, y Churchill ordenó la fabricación de 500.000 bombas de cuatro libras para soltarlas sobre ciudades alemanas, aunque nunca llegaron a usarse. En la actualidad la isla de Gruinard sigue contaminada con esporas de ántrax, y los científicos de Porton Down continúan buscando un método para descontaminarla.

BRUCELOSIS

También en Porton Down se desarrolló hasta una etapa muy avanzada un arma para propagar la Brucella, el microorganismo que produce la brucelosis, enfermedad devastadora que transmiten los animales. Según un informe que se hizo público hace algunos pocos años, y que fue presentado durante la Segunda Guerra Mundial al Comité Conjunto de Jefes de Estado Mayor de Gran Bretaña (los consejeros de Churchill), pensaba fabricarse una bomba de 500 libras con esta bacteria. En su interior llevaría 106 pequeñas bombas especiales, cada una de ellas cargada con esporas contagiosas de Brucella.

Los aliados no practicaron la guerra biológica en la Segunda Guerra Mundial, debido probablemente a que se abandonó el programa al desarrollarse la bomba atómica, y a que la guerra acabó repentinamente en el Lejano Oriente. Pero hay que exceptuar un incidente. Según Higher Form of Killing (Una forma superior de matar), de Robert Harvis y Jeremy Poxman, los partisanos checos disponían de granadas llenas de una toxina llamada "botulinus", e iban a emplearlas para asesinar a Reinhard Heydrich, destinado a ser el sucesor de Hitler. El 27 de mayo de 1942, el coche de Heydrich recibió el impacto de una granada, y el nazi murió a los pocos días de septicemia, una infección de todo el cuerpo, aunque las heridas por trozos de granada que había sufrido eran leves. Paul Fildes, director de las investigaciones en Porton Down durante la guerra, fue quien proporcionó las granadas a los partisanos.

Después de la contienda continuaron las investigaciones sobre la guerra biológica en Estados Unidos y Gran Bretaña. El general de Brigada Wansbrough Jones, subdirector de Armas Especiales en el Ministerio de la Guerra, resume la actitud británica en 1945: "La guerra biológica no debe seguir considerándose un método bélico repugnante en el mundo civilizado. El perfeccionamiento de ciertas formas, como la brucelosis, unida a cierta información pública sobre el tema, podría contribuir a que se la considerase muy humana en comparación con las bombas atómicas...".

En Estados Unidos, G. W. Merck, en un informe sobre la guerra biológica dirigido al Secretario de la Guerra, declaraba que en las investigaciones del período bélico se habían descubierto armas de gran potencia que debían someterse a examen por sus posibilidades ofensivas, y que "es posible el desarrollo de agentes (para la guerra biológica) sin necesidad de emplear grandes cantidades de dinero ni construir fábricas de grandes proporciones".

INVESTIGACION EN MARCHA

Fue en Estados Unidos, y en concreto en Fort Detrick, Maryland, donde realmente se iniciaron las investigaciones para la guerra biológica con la producción de 5 000 bombas que contenían esporas de B. Anthracis. Se seleccionaron microorganismos, como la bacteria Rickettsia, y diversos virus y hongos por su capacidad para provocar la muerte o daños graves en las personas, el ganado y los cultivos. El principal requisito que deben cumplir estos microorganismos es que sean razonablemente fuertes y capaces de resistir los procesos a que hay que someterlos para convertirlos en un arma. La mayoría de los agentes biológicos posee una vida limitada, y durante la fase de almacenamiento su actividad desciende continuamente. Para evitar usar grandes cantidades de un preparado que sería menos activo en el campo de batalla, habría que renovar constantemente los depósitos y mantenerlos a temperaturas muy bajas o someterlos a congelación y secado para que perdieran su potencia con mayor lentitud. Para propagarlos se emplearían agentes vivos (garrapatas, pulgas o mosquitos) o algodón, tela o cereales infectados, aunque existe un método aún mejor: el aerosol. Podría acoplarse a una pequeña bomba normal un cilindro de aire comprimido que atravesara con una corriente de aire el agente en polvo que transporta el microbio letal y lo expulsara al abrirse.



En los años cincuenta, Gran Bretaña y Estados Unidos realizaron pruebas con diversos métodos de propagación. Los científicos británicos soltaron bacterias, al parecer letales, en el Caribe y cerca de la costa occidental de Escocia, en operaciones cuyo nombre en código era "Harness", "Cauldron" y "Hesperus". Las pruebas estadounidenses se realizaron con bacterias vivas pero supuestamente inofensivas. En septiembre de 1950, dos dragaminas de la Armada estadounidense soltaron cerca de la costa californiana suficientes bacterias como para contaminar más de 300 kilómetros cuadrados de la zona de San Francisco. En el informe sobre la operación, los científicos afirmaban que casi todos los habitantes de la ciudad -800.000- habían inhalado la bacteria. En pruebas posteriores realizadas en el estado de Virginia, el metro de Nueva York y la ciudad canadiense de Winnipeg, en que se roció secretamente una mezcla de Aspergillus, una bacteria inofensiva, los científicos demostraron hasta qué punto están expuestas las ciudades a los ataques con agentes biológicos.


El virus de la fiebre amarilla es un ejemplo de agente biológico que la Chemical Corps estadounidense consideró en su momento extraordinariamente eficaz. Las investigaciones con este virus se iniciaron en 1953 en Fort Detrick. La fiebre amarilla se transmite por un mosquito. Por este motivo es muy difícil lograr protección contra ella, y la posibilidad de infección sigue presente durante cierto tiempo. El mosquito prefiere a los seres humanos, pero también puede contagiar a los animales. Este hecho sirve para ilustrar un grave problema que plantea la utilización de agentes biológicos: son imprevisibles e incontrolables. Al soltar los mosquitos puede crearse un depósito de virus en la población animal, y la epidemia que provocaría podría escaparse de las manos rápidamente.


La fiebre amarilla nunca se ha presentado en Asia, aunque el mosquito portador de la enfermedad puede existir en esa zona. La Chemical Corps comprendió que este factor representaba una gran ventaja. Sería difícil detectar un ataque con este mosquito, y aunque existe una vacuna, esta empresa consideraba imposible que un país acometiera un programa de inmunización masiva con la rapidez suficiente para evitar la catástrofe. En 1959, Fort Detrick tenía capacidad para "producir" medio millón de mosquitos al mes, y se construyó una fábrica que podía "producir" 130 millones de insectos mensuales. Estos se lanzarían en bombas pequeñas acopladas a municiones más grandes.

La utilización de armas biológicas a escala global ya no es hoy en día, una amenaza teórica sino una realidad cuyo potencial destructivo es extremadamente elevado. Entre los agentes que debemos poder reconocer como potenciales agentes de bioterrorismo, además del bacilo de ántrax se encuentran la infección por Yersinia pestis (plaga o peste), la variola mayor (viruela), la toxina botulínica (botulismo), la infección por Francisella tularensis (tularemia), y las fiebres hemorrágicas ocasionadas por los filovirus (Marburg y Ebola) y por el grupo de los arenavirus como Lassa (Fiebre de Lassa) y el virus de la fiebre hemorrágica argentina.

http://www.creces.cl/new/index.asp?imat ... =5&art=297