Publicado: Lun Jul 20, 2009 10:07 pm
por grognard
En relación a la mortal efectividad de las fuerzas aéreas aliadas, nadie mejor para contarlo que los mismos protagonistas que la sufrieron:

Mientras los franceses mutilaban el transporte alemán en tierra, los norteamericanos y británicos hacían lo propio desde el aire. El Día D, el OKW había ordenado el traslado de refuerzos desde el sur: la 2ª División Panzer SS de Toulouse, la 17ª División Panzer SS del Valle del boira, la 77’ División de Infantería de Saint Malo, la 3ª División de Paracaidistas de Brest y grupos de batalla de otras tres divisiones de Bretaña. La 2ª División SS fue estorbada hasta tal punto por ataques aéreos que tardó 11 días en cargar sus tanques.
Rundstedt informó de que los aviones aliados controlaban no sólo el campo de batalla, sino también las rutas de acceso en un espacio de más de l60 kilómetros. EI grito de advertencia “¡Aviones en vuelo rasante!” se oía constantemente entre las columnas de tropas que marchaban al frente. Un oficial del estado mayor de una división SS recordaría su viaje hasta el frente de Normandía, el 7 de junio:
“Nuestras columnas motorizadas avanzaban por la carretera hacia las playas de la invasión. Luego sucedió algo que nos dejó aturdidos: empezaron a dispararnos desde el cielo. Todo el mundo salía de los vehículos y corría hacia los campos contiguos. Varios vehículos ya estaban en llamas. El ataque cesó tan repentinamente como había empezado quince minutos antes. Los hombres empezaron a volver a la columna, pálidos y temblorosos, preguntándose cómo habían sobrevivido a la feroz lluvia de balas.”
“Ahora la columna estaba totalmente desordenada y cada hombre marchaba por su cuenta, para poder alejarse rápidamente de la columna si hacía falta. Y en efecto, una hora más tarde empezó todo de nuevo, sólo que esta vez fue mucho peor. Cuando terminó este ataque, toda la carretera había quedado sembrada de cañones antitanque (el orgullo de la división) astillados, motores envueltos en llamas y equipos consumidos por el fuego.”
“La marcha fue suspendida y los vehículos que quedaban fueron escondidos entre los densos arbustos o en graneros. Nadie se atrevía a exponerse al aire libre. Ahora los hombres empezaron a mirarse unos a otros. Aquello era distinto de lo que habíamos imaginado.»
EI general Fritz Bayerlein, que había sido jefe del estado mayor del Afrikakorps de Rommel, también fue atacado desde el aire mientras los 260 tanques de su Panzer Lehr de elite avanzaban hacia el frente tras haber sido movilizados desde Chartres. En el automóvil del estado mayor, con Bayerlein viajaban su chofer, el cabo Kartheus, y su ordenanza, el capitán Alexander Hartdegen. Hartdegen describió lo que ocurrió al amanecer del 8 de junio:
“Avanzábamos por la carretera cuando vimos tres cazabombarderos en el cielo del alba. Evidentemente nos habían visto, porque volaban encima de la carretera recta, a baja altura, en nuestra dirección. Los frenos chirriaron. Como una docena de veces antes, el general Bayerlein abrió la puerta y se dejó caer en la cuneta de la carretera con el coche en movimiento. Yo vi una alcantarilla de hormigón, corrí hacia ella y me lancé de cabeza. Kartheus también consiguió salir del automóvil justo antes de que el cañón del avión lanzara los primeros proyectiles. En un instante, el BMW estaba en llamas. El siguiente avión atacó justo encima de la cuneta, abriendo fuego contra nosotros mientras descendía en picado. Los proyectiles de 20 mm cayeron a un par de metros de donde yo me encontraba. El cabo acababa de gritar en dirección a Bayerlein: "Aléjese del coche, general, aléjese del coche", y ya no se oía nada.»
Hartdegen se salvó gracias a la alcantarilla de hormigón, pero el cabo Kartheus yacía muerto en la zanja. Bayerlein sólo sufrió unos cuantos cortes y heridas de metralla, pero el BMW era un amasijo de metales envuelto en llamas.
“Diez ataques iguales uno detrás del otro”, comentaría Hartdegen, “son un verdadero anticipo del infierno”.
Incidentes como este enseñaron a los alemanes a moverse sólo de noche. De día no se permitía la presencia de ningún vehiculo a 500 metros a la redonda de los cuarteles militares. Los tanques y otros vehículos tenían que permanecer inmóviles y ocultos a la sombra de los densos bosques.


Desembarco en Normandía. El raid más grande de la guerra.
Douglas Bolting con la colaboración de John R. Elting. Time Life Folio 1997



Y resulta esclarecedor y sumamente dramático el testimonio del propio Bayerlein acerca de cómo fue pulverizada literalmente su división por los bombardeos aliados:

“Después de la terrible lucha soportada por mi división, ésta solo disponía del 50 por 100 de sus efectivos. Para hacer las cosas todavía peores, hube de dejar en las antiguas posiciones a la mitad de mis blindados para que apoyasen a las divisiones de infantería que nos acababan de relevar.
Hacia el 23 de julio las tropas norteamericanas se habían establecido en excelentes bases de partida para su ofensiva, habiendo tomado Saint Lo. La división Panzer Lehr sostenía una zona de 6 Km. al oeste de la ciudad, y empleando reservas muy débiles había formado una franja defensiva de 4 Km. de profundidad. Los 50 0 60 tanques y piezas antitanques motorizadas de que aun disponía se desplegaron en posiciones estáticas, ya que los antitanques blindados y los granaderos Panzer se encontraban atrincherados en sus posiciones.
El 24 de julio, 400 bombarderos americanos atacaron nuestro sector, sin ocasionarnos graves danos. Mi batallón antiaéreo se las compuso para abatir 10 aparatos. El esperado ataque no se produjo.
Sin embargo, al día siguiente tuvo lugar uno de los golpes mas contundentes descargados por las fuerzas aéreas aliadas durante toda la guerra, en operaciones de índole táctica. De fuente americana supe mas tarde que el 25 de julio una fuerza de 1.600 fortalezas volantes y otros bombarderos habían atacado el sector defendido por la Panzer Lehr, desde las nueve de la mañana hasta cerca del mediodía. Las unidades que sostenían la línea acabaron eliminadas casi por completo, a pesar de disponerse en muchos casos de tanques, antitanques y cañones automóviles en cantidad apreciable. Bajo el efecto de las alfombras de explosivos, las posiciones artilleras quedaron borradas; los tanques, destrozados; las posiciones de infantería, allanadas, y las carreteras y caminos, impracticables. Hacia mediodía la zona semejaba un paisaje lunar; los cráteres se tocaban unos con otros, y no quedaban ya esperanzas de salvar ninguna arma. Las comunicaciones estaban interrumpidas y no era posible ejercer el mando. E1 efecto ocasionado por tal ataque en nuestras tropas resulta indescriptible. Algunos hombres se volvieron locos y echaron a correr de un lado a otro, en terreno descubierto, hasta ser abatidos por la metralla. Simultaneando esta tempestad procedente del aire, innumerables cañones americanos lanzaron una catarata de proyectiles sobre nuestras posiciones.
Durante este tiempo me encontraba en un puesto de mando regimental, cerca de la Chapelle-en-Juger, en el centro mismo del bombardeo. Nuestro viejo castillo normando, con sus murallas de 3 m. de espesor, constituía una relativa protección. Una y otra vez el rodillo de bombas avanzo hacia nosotros, pasando a pocos metros de distancia. La tierra temblaba. Algunas ojeadas hacia el exterior nos mostraron la comarca envuelta en una nube de polvo, mientras surtidores de tierra saltaban por el aire. Durante muchas horas no pudimos abandonar el sótano, y era ya tarde cuando salí del castillo y regresé en mi moto al Cuartel General Divisionario (había llegado a la conclusión de que era preferible utilizar una moto a un coche, ya que seis de estos últimos quedaron destruidos en poco tiempo, muriendo varios de sus conductores). Por el camino nos vimos atacados repetidas veces por cazabombarderos.
Cuando llegué al Cuartel General de la división empezaban a recibir se los primeros informes acerca de infiltraciones enemigas en el sector bombardeado. Los destacamentos supervivientes seguían resistiendo, pero la mayor parte de dichos grupos quedaban arrollados por el apoyo aéreo que precedía al ataque. Algunas débiles reservas procedentes de otros lugares trataron de detener el alud por medio de contraataques, pero sus tentativas nada pudieron contra la artillería y la aviación enemigas, que desarticularon aquéllos aun antes de iniciarse. A la mañana siguiente la ruptura del frente era completa”


Memorias. Erwin Rommel. Colección Memorias de Guerra. Ediciones Altaya 2008