Publicado: Sab Mar 29, 2008 3:18 am
por Bitxo
El nuevo gabinete, destinado a acotar las aspiraciones del nacionalsocialismo y usarlo como medio para instaurar el autoritarismo en Alemania, estaba compuesto por Werner von Blomberg como Ministro del Ejército; Seldte, de los Stahlhelm, como Ministro de Trabajo; Lutz Schwerin von Krosigk repetía como Ministro de Finanzas, al igual que Konstantin von Neurath como Ministro de Asuntos Exteriores y Franz Gürtner como Ministro de Justicia, o el barón von Eltz-Rübenach como Ministro de Correos y Comunicaciones; Alfred Hugenberg fusionaría para sí las carteras de Economía y Agricultura; Franz von Papen sería el Vicecanciller de Alemania y el Presidente de Prusia. El NSDAP aportaba, además de la cancillería en manos de Hitler, a Göring como Ministro sin cartera y como Ministro del Interior de Prusia, y Wilhelm Frick como Ministro del Interior. Si bien el nuevo gobierno era mayoritariamente conservador, el NSDAP controlaba las carteras claves y muy pronto demostraría su capacidad para anular el sometimiento que pretendían imponer sus socios. A Papen le resultaría muy difícil controlar los movimientos tanto de Hitler como de Göring, y Blomberg resultó ser mucho más simpatizante del líder nacionalsocialista de lo que esperaban de él. Puede ser que Papen y Hindenburg olvidaran el carácter fácilmente impresionable de este hombre ya demostrado cuando, en una pasada visita a la URSS para inspeccionar las instalaciones militares alemanas fruto del acuerdo de cooperación entre ambos países, había estado muy dispuesto a afiliarse al KPD tras maravillarse por la contemplación del RKKA, reacción notoria de su estrechez de miras militares y de su absoluta ignorancia de la política.

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Hitler, Papen y Blomberg

Inmediatamente, Hitler llamó a Hoffman, a Goebbels y a Röhm para advertirles de que la disolución del Reichstag no se había decidido todavía. Para convencer a Hindenburg, propusieron celebrar una manifestación en su honor, destinada tanto para agasajarlo como para realizar una demostración de apoyo popular. Se organizó para ello un desfile de los SA, SS y Stahlhelm con antorchas que pasaría por delante de la residencia oficial de Hindenburg, el cual saludaría desde un balcón. El éxito fue tal que se repitió la operación en diversas ciudades del país, y se repetiría en Berlín, esta vez protagonizado por la Liga de Estudiantes Alemanes Nacionalsocialistas destinado al edificio de la Bolsa, la Meca de la judería alemana, donde se recibía a los corredores con cánticos en forma de ¡Muera Judá!. Las acciones violentas perpetradas durante las diferentes marchas todavía serían vistas como hechos puntuales y no alarmarían a la población, pero esto no era más que el comienzo de la estrategia de los dirigentes nacionalsocialistas para aterrorizar a la población alemana, impidiendo que quedara al margen de la revolución, obligándola a que participara de alguna manera, a su favor o en contra, resultando aplastados en el último caso.

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Desfile en honor a Hindenburg

El 1 de febrero, Hitler había logrado el decreto de disolución del Reichstag. Los conservadores, en especial Hugenberg, habían intentado convencer a Hindenburg de la posibilidad de gobernar sin el parlamento o declarando nulos los escaños comunistas, pero Hitler alertó sobre el riesgo de una guerra civil si se actuaba de esta manera y se dedicó, para contentar al Presidente, a simular que trataba de llegar a un acuerdo con el ZP, al cual el mariscal deseaba incluir en el gobierno pese a la reticencia de Hugenberg. El fracaso de estas negociaciones, asegurado por Hitler, convenció a Hindenburg de que debía disolver el parlamento. Tras esto, Hitler se dirigió a la nación mediante un mensaje radiofónico destinado a hacer ya campaña electoral, en el cual declaraba, mediante un tono religioso, que el enemigo no sería el judío, si no el marxista, prometiendo un resurgimiento nacional en lugar de una revolución nacionalsocialista, donde tenía cabida todo aquel que había visto en la República una herramienta de acceso al poder por parte del bolchevismo, de los criminales de noviembre que no habían traído nada más que 14 años de miseria y humillación.
Los comunistas pensaron que el nuevo gobierno no duraría mucho tiempo, provocando un nuevo desengaño a los alemanes que facilitaría la única alternativa por probar, la revolución marxista. Por otro lado, sabían que no contarían con el apoyo de los socialdemócratas que se negaban a supeditarse pese al creciente apoyo popular que recibía el KPD. El Politburó del partido consideraba a Hugenberg el personaje clave del nuevo gobierno y no veían en Hitler más que una mera herramienta en manos de los conservadores. Por ello no se decantaron por un aumento de su actividad paramilitar, sino, al contrario, por una estrategia de subsistencia por un esperado período de prohibición y represión. Sería precisamente su inactividad la que azuzaría el miedo en el NSDAP a una insurrección comunista y se dieron lugar a rumores de que los nacionalsocialistas pretendían simular un intento de asesinato de su líder para justificar de esta manera un baño de sangre. Sus llamamientos a la huelga general, imposible de llevar a cabo dado el deterioramiento de la clase obrera tras la Depresión y los decretos de reducción salarial, así como por la división entre la izquierda, fueron sofocados con inmediatez con un nuevo Decreto para la Protección del Pueblo Alemán, el 4 de febrero, que restringía los derechos de opinión y de reunión para aquellas fuerzas que supusieran una amenaza para la seguridad pública. Los conservadores apoyarían la medida viéndola como una herramienta enfocada hacia la izquierda. La prensa comunista fue prohibida y se asaltaron sus locales, además de detener a sus militantes que trataban de dirigirse a la población.

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Detención de comunistas

En el SPD, el debilitamiento de las últimas elecciones hacía mella en su moral y mostraba una división acerca de cómo interpretar al nuevo gobierno, si como una continuación de los gabinetes presidenciales o como una dictadura fascista. Tanto desde la Reichsbanner como desde algunos sectores del partido, se estaba dispuesto a luchar, pero la dirección era renuente a tomar medidas ilegales contra las instituciones que habían vertebrado y defendido durante años. Su respuesta ante el cierre de sus órganos de prensa fue la denuncia ante los tribunales. Ante el hecho de que las SA les reventaban los mítines, la decisión pasó por limitarlos para reducir las bajas, ya que habían perdido la protección policial.
El ZP, que había exigido garantías constitucionales y la protección de los intereses de la comunidad católica a Hitler, también vio cómo las SA les acosaba y se cerraban sus periódicos. La consecuente protesta supuso que el nuevo canciller se excusara con que elementos provocadores deseaban desacreditarle y que realizara un llamamiento a la disciplina en sus militantes, pero no sin dejar de advertir lo que sucedería si se aliaba a los socialdemócratas.
El 6 de febrero el parlamento prusiano fue disuelto mediante otro decreto de Hindenburg apoyado igualmente por los conservadores y se inició una campaña sistemática de detenciones en la izquierda y de limpieza burocrática. Los jefes de policía fueron sustituídos normalmente por otros conservadores, pero también se crearon cargos oficiales para miembros de las SA y de las SS con el fin de implicar al partido en el Estado y enmarañar las competencias. El 17 de febrero, Göring ordenó una campaña brutal que permitiría el uso de armas de fuego y, cinco días después, 50.000 paramilitares de las SA, SS y Stahlhelm fueron incorporados como policías auxiliares, con lo cual se anuló toda posibilidad de acción electoral de la izquierda en el mayor land de Alemania. El anterior gobierno del SPD había logrado una buena infiltración en las filas del KPD, con un extenso registro de sus militantes, lo cual sería aprovechado por Göring para someter a los comunistas a una durísima represión.
Mientras la base nacionalsocialista, por medio de sus fuerzas paramilitares, se dedicaban a limpiar y a presionar Alemania, Hitler se ocupaba de las altas esferas. Primero permitió que Hugenberg pasara algunas medidas arancelarias para contentar a las élites del país. Luego, el 3 de febrero, acudió a una reunión con los jefes militares preparada por Blomberg. En esta reunión reiteró que sus enemigos eran los marxistas, añadiendo a los pacifistas y les contentó con sus propuestas de rearme y de servicio militar obligatorio. La contrapartida era la neutralidad del Ejército en temas políticos. Realmente Hitler no tenía por qué preocuparse por el ejército. Que Blomberg, celoso de sus competencias, prohibiera la afiliación de sus oficiales al NSDAP para preservar su independencia, no ocultaba sus simpatías hacia el nuevo canciller. En cualquier caso, la neutralización del ejército se aseguró mediante el nombramiento del coronel Walther von Reichenau, también afecto al movimiento, como jefe de la Oficina Ministerial del Reichwehr, con lo cual se aislaba a Hammerstein. Por otra parte, la creación, el 4 de abril, del Consejo de Defensa del Reich, permitió en la práctica que la jefatura del ejército quedara en manos del Führer.

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Walther von Reichenau

Poco después, Hitler se reunía con los industriales y financieros para tranquilizarles distanciándose del socialismo del movimiento, que, les aseguró, era un discurso de consumo interno. Hitler advirtió, no obstante, que si perdía las elecciones se vería obligado a usar la fuerza para lograr sus fines. Cuando, a petición de Schacht, se demandó el apoyo financiero para la campaña electoral, los aterrados industriales, que veían el riesgo de una guerra civil, aportaron 3 millones de marcos. Estos fondos, así como el uso de la radio y el acoso a la oposición por unas SA legitimizadas por los decretos presidenciales y su nuevo papel de policía auxiliar, permitieron a Goebbels saturar al electorado con su propaganda orientada a presentar a Hitler como el hombre capaz de reconstruir Alemania y de acabar con la amenaza marxista.
Al NSDAP tan sólo le faltaba una cosa para asegurar el aplastamiento definitivo de la izquierda: la esperada insurrección comunista que ya se hacía esperar demasiado. En este aspecto, la aparición del anarquista holandés Marinnus van der Lubbe resultó providencial. Este revolucionario se había distanciado del comunismo holandés por sus excesos terroristas y había decidio emprender un viaje hasta la URSS. Llegado a Polonia, decidió dar media vuelta y, a su paso por Alemania, encontró al movimiento comunista alemán demasiado apático para los sucesos del momento. Acorde con su carácter de acción, se decidió por cometer algunos atentados destinados a sacar de su letargo al movimiento marxista. Tras unos intentos frustados de prender fuego a edificios institucionales en Neukölln, se decidió por algo más espectacular: el incendio del Reichstag. Existe una teoría de que el incendio del Reichstag fue obra de las SA, pues, según esta teoría, van der Lubbe no podría haber provocado él sólo tamaña destrucción, pero, lo que sí que está claro, es que el incendio resultó muy ventajoso para Hitler, que lo utilizó como prueba irrefutable de que el atentado era la señal para la esperada insurrección comunista. De inmediato, Göring ordenó a la policía la detención en masa de todos los marxistas y hasta de pegarles un tiro. La policía realizó 4.000 detenciones, pero no cumplió la orden de asesinato. Entonces Wilhelm Frick vio la oportunidad para ampliar el decreto del 4 de febrero, añadiéndole unas cláusulas que permitieran a la policía detener en custodia preventiva con carácter indefinido y sin precisar una orden judicial, de manera que se legalizaban estas detenciones. Pero la cláusula más importante era la que permitía al gobierno intervenir en lugar del Presidente y anular los artículos de la Constitución referentes a las garantías de inviolabilidad de la libertad personal, del domicilio, del correo, telégrafo y teléfono; de la libertad de expresión, de reunión y de la garantía de propiedad. La ampliación del decreto, fue firmado por Hindenburg tras ser presentado con el recuerdo de que ese gobierno había nacido con el fin de aplastar a la izquierda. Ante la sociedad alemana, se presentó como la solución para evitar una inminente revolución bolchevique y supuso un recrudecimiento de la violencia perpetrada por la SA que se dedicó a desvalijar los locales con total impunidad. Ernst Thälmann fue detenido. Ernst Torgler se entregó voluntariamente para refutar las acusaciones de que había organizado el atentado en conjunción con los comunistas búlgaros Georgi Dimitrov, Vassili Tanev y Blagoi Popov, agentes de Moscú, como paso previo a una insurrección. Otros líderes del KPD fueron sacados del país gracias al esfuerzo de su partido. El juicio a los detenidos fue un espectáculo donde Dimitrov, un dirigente de la Internacional desconocido para los nazis, acusó al NSDAP como verdadero perpretador del atentado. La agudeza de Dimitrov encendió la cólera de Göring que llegó a amenazarlo en una de las sesiones. Tras casi dos meses de juicio, sólo se halló culpable a van der Lubbe, que en ningún momento dejó de aseverar que había actuado en solitario.

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Marinnus van der Lubbe durante el juicio

A finales de marzo las detenciones ascendían a la decena de millar, mientras la SA se dedicaba a desvalijar los locales del KPD con total impunidad, robando sus vehículos con los cuales recorrían las calles a toda velocidad mostrando sus armas en una demostración de fuerza en plena campaña electoral, en la cual la propaganda de la oposición era en la práctica inexistente. Además, con la excusa de la amenaza terrorista, se dedicaron a ocupar las estaciones, los puentes y todo tipo de instalaciones clave, y ha instalar altavoces en las calles desde donde se escuchaban los discursos de Hitler. El día de la votación, el 5 de marzo, incluso organizaron transportes para que los votantes acudieran a las urnas con facilidad, además de engalanar las calles con toda la parafernalia del movimiento y realizando más desfiles con antorchas. Hitler decidió no ilegalizar al partido para poder tratar a sus afiliados como meros delincuentes y poder tranquilizar al país ante el miedo a que se ilegalizasen el resto de partidos. Pero había algo más en mente del nuevo canciller: si el KPD seguía legal podría presentarse a las elecciones, pese a la detención de casi todos sus diputados, y seguir funcionando como elemento debilitador del SPD. De esta manera, el KPD no sería ilegalizado hasta justo después de las elecciones pero, mientras tanto, sus afiliados y dirigentes serían detenidos, torturados y hasta asesinados, juzgados en el mejor de los casos por tribunales conservadores que no veían en ellos más que agitadores y traidores.
Los resultados de las elecciones, sin dejar de ser una superación para el NSDAP, fueron un fiasco para el movimiento. Con tan sólo un 10% de abstención, el NSDAP obtuvo un 43'9% de votos. El ZP se mantuvo (11'2%), el SPD perdió un poco (18'3%) y el KPD también (12'3%). Pese a la durísima represión, el conjunto de la izquierda logró para sí 1/3 de apoyo popular, lo cual sorprendió a la coalición nacionalconservadora que aunó un 51'9%, resultado que quedaba lejos de los 2/3 requeridos para poder enmendar la Constitución. No obstante cabe añadir que igualmente 2/3 de los alemanes habían prestado su apoyo a los partidos antidemocráticos.
Estos resultados no asustaron a Hitler que decidió acelerar su revolución, mediante un proceso conocido como Coordinación que implicaba una actuación conjunta de la base militante y el gobierno, de manera que las acciones de la base, la coerción mediante la violencia, eran de inmediato legitimizadas por el gobierno. Las SA y SS se dedicaron a sustituir a las autoridades existentes a todos los niveles por miembros del partido tras una ocupación física de las dependencias oficiales, acción que luego era aprobada por el gobierno central que, al tiempo, se dedicaba a colocar gobiernos afines en los land. Si se encontraba resistencia, se aplicaba el Decreto para la Protección del Pueblo. La actuación de los responsables elegidos por el pueblo se tornaba imposible bajo la permanente coacción de los paramilitares nazis que se dedicaban a detener a sus adversarios usando sus propios locales como cárceles donde les torturaban y asesinaban. Pero incluso la colaboración de un gobierno regional podía no resultar suficiente. En Baviera, de tendencia monárquica y hasta secesionista, el gobierno nombró a Adolf Wagner como Comisario del Estado para el Ministerio de Interior bávaro, el cual nombró a Heinrich Himmler como jefe provisional de la policía. Himmler organizó una inmensa redada contra todo adversario político, no necesariamente comunista, hasta el punto que las cárceles y comisarías quedaron abarrotadas de presos. Para solucionar este problema se inauguró el primer campo de concentración de Alemania en Dachau, donde muy pronto la arbitrariedad y corrupción de sus guardianes supuso para los presos una terrible prueba de supervivencia.
La Coordinación resultaría finalmente legalizada a finales del mes mediante una ley que disolvía los parlamentos regionales y establecía una representación proporcional a los resultados electorales con la exclusión de los votos comunistas, lo cual daba mayoría al NSDAP en toda Alemania. El 7 de abril, otra ley completaba la tarea de homogenización al crear la figura del gobernador, representante directo del gobierno central y responsable de la orientación de la política regional hacia la nacional, con lo que se destruía por completo el principio federal.
Los conservadores vieron como incluso ellos mismos eran objeto de la violencia paramilitar, por lo que Papen protestó ante Hitler, el cual obvió a su Vicecanciller. Mientras la movilización de la base no escapase al control e interés de su Führer, este la defendería tanto como para amedrentar a sus adversarios y aliados, como para contentar a sus militantes o mostrar un movimiento cohesionado a la sociedad alemana. No tardaría mucho en llegar el día en que el NSDAP se mostrase ineficaz a la hora de gratificar a sus esforzados revolucionarios y mantener al necesario cuadro de conservadores experimentados en sus tareas de gobierno a cualquier nivel. Que el NSDAP representara un movimiento basado en la conquista del poder, pero sin contar con el personal preparado para la tarea de gobernar, supondría un serio problema que tan sólo sería resuelto, con el visto bueno del ejército temeroso de la fuerza de los paramilitares, mediante un baño de sangre por mucho Führerprinzip que se mediara.

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Hitler y Hindenburg en la celebración del nuevo Reichstag

La celebración de la apertura del nuevo Reichstag, el 21 de marzo, fue aprovechada para escenificar una síntesis entre la nueva y vieja guardia, representadas por un Adolf Hitler vestido de chaqué y un Paul Hindenburg con su uniforme de Mariscal de Campo, destinada a tranquilizar a los conservadores que veían cómo el nacionalsocialismo se les escapaba de las manos. Poco más tarde, sin embargo, en la reunión inaugural, Hitler se presentaba con uniforme de partido y las SA y SS rodeaban y amedrentaban a los parlamentarios, en especial a los socialdemócratas, en los cuales el NSDAP iba a centrar su atención una vez lograda la derrota del KPD, cuyos escasos diputados que aún gozaban de libertad tuvieron vedado el acceso. Hitler solicitó la aprobación de una ley de plenos poderes, la Ley de Habilitación, sin disponer de la firma de Hindenburg, la cual era considerada ya innecesaria. Mediante la Ley de Habilitación, el gobierno podía aprobar sus leyes sin necesidad de la aprobación del parlamento y sin que importase que contraviniesen la Constitución, por un período de cuatro años. Al final de su discurso, usó de nuevo la amenaza de la contienda civil. Para que el parlamento aprobase dicha ley, hacían falta la presencia y el voto favorable de 2/3 de la cámara. Para poder superar la falta de los 81 diputados comunistas y de 26 de los 120 socialdemócratas, se consideró que la falta no justificada no contabilizaba como ausencia, y se redujo el quórum al no contabilizar a los comunistas, con lo que Hitler precisaba muy pocos votos fuera del NSDAP para pasar la ley. En cualquier caso, podría haber utilizado el Decreto para la Protección del Pueblo para anular los votos negativos del SPD, pero, una vez más, optó por da un viso de legalidad a sus maniobras. Para ello negoció con el ZP para lograr un consenso que pudiera vencer el recelo hacia un exceso revolucionario. Los católicos encontraron ventajoso aceptar la Ley de Habilitación, teniendo en cuenta su duración limitada, en tal de garantizar la supervivencia de su iglesia igualmente amenazada por la violencia del movimiento. Tan sólo el SPD iba a negarse, sin que por ello pudiera impedir su aprobación. Otto Wells, su presidente, recibió el consejo de sus compañeros de moderar el discurso planeado por temor a que lo mataran allí mismo o al salir, pero optó por imponerse a los gritos amenazadores de los paramilitares, pese a que él no era un orador destacado. Wells defendió el trabajo de la República y sus logros en igualdades, en la creación de una seguridad social y en el retorno de Alemania a la comunidad internacional.Pueden quitarnos la libertad y la vida dijo, quizás pensando en la cápsula de cianuro que llevaba en el bolsillo por si lo detenían para torturarlo y matarlo, pero no el honor. En esta hora histórica, nosotros, los socialdemócratas alemanes, proclamamos solemnemente nuestra fidelidad a los principios básicos de humanidad y justicia, libertad y socialismo. Ninguna Ley de Habilitación os da derecho a aniquilar ideas que son eternas e indestrutibles. La Ley Antisocialista no aniquiló a los socialdemócratas. La socialdemocracia puede también extraer nueva fuerza de nuevas persecuciones. Saludamos a los oprimidos y perseguidos. Su firmeza y su lealtad son dignas de admiración. El valor de las convicciones, su confianza inquebrantable, dan fe de un futuro mejor. La respuesta de Hitler, ya preparada de antemano pues el SPD había cometido el error de pasar el discurso a la prensa antes de pronunciarlo ante la cámara, fue despectiva, prometiendo la libertad de Alemania pero no a través de vosotros. La Ley de Habilitación fue aprobada por mayoría abrumadora. Alemania ya podía considerarse regida por una dictadura de partido.

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Otto Wells

Una vez aprobada la Ley de Habilitación, el esfuerzo del nacionalsocialismo se derivó hacia la invasión de toda la sociedad alemana. Como respuesta a la promoción del bloqueo de la economía alemana por parte de las minorías judías en el extranjero, se lanzó una jornada de lucha contra el comercio judío a cargo de Julius Streicher. Su fracaso fue excusado en que el declive de las protestas en el extranjero recomendaban su anulación, cuando justamente ocurría lo contrario. Después se lanzó la Ley para la Restauración del Funcionariado, destinada a depurar la administración pública de todos los funcionarios no arios, pero tuvo que ser rectificada a petición de Hindenburg, el cual deseaba excluir a los veteranos de la PGM. Medidas similares se tomaron para controlar la tasa de estudiantes judíos, su implicación en la abogacía, la medicina o la ciencia.

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Goebbels anunciando el inico del boicot al comercio judío.

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Miembros de la SA en el boicot al comercio judío

Ningún espacio de sociabilidad quedó a salvo. El doctor Krumbhaar, líder de la Asociación de Editores de Periódicos, se entrevistó con Hitler y Goebbels para asegurarles su postura conformista a cambio de una garantía de supervivencia, pero ni tan siquiera su gesto impidió que fuera sustituido por Max Amann. Las asociaciones artísticas fueron presionadas hasta lograr una reorganización que garantizase su propio proceso de depuración racial y la imposición del nuevo rumbo que había de tomar la cultura alemana, siendo el acto más simbólico la quema de libros del 10 de mayo.

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Quema de libros

Las iglesias, con su organización sindical y sus diversas organizaciones, se interponían en el proyecto totalitario nacionalsocialista. Pero Hitler, a diferencia de Rosenberg y su cristianismo alemán o del paganismo de algunos de sus acólitos, se decantó por disciplinar a las iglesias, cediendo algunas concesiones especialmente a la católica, que contaba con un poder de ingentes recursos en el extranjero. Los contactos realizados a través del actual dirigente del ZP, el prelado Ludwig Kaas, mostraron su disposición a avenirse a un entendimiento siempre y cuando se respetaran los derechos de la iglesia en materia de educación y a la hora de elegir a sus cargos jerárquicos. Estas negociaciones ya habían avanzado durante el proceso de aprobación de la Ley de Habilitación y tenían como contrapartida el abandono de la actividad política. El acuerdo se manifestó con el levantamiento de la prohibición de actividades en el nacionalsocialismo, si bien los católicos tuvieron en cuenta que mantener dicha prohibición podía suponer que muchos católicos nacionalsocialistas se convirtieran al protestantismo. El proceso culminó con la firma del concordato con la Santa Sede, que suponía la renuncia a la actividad política del clero y la permanencia de la enseñanza religiosa y el nombramiento de obispos por parte del Vaticano. La iglesia protestante conllevó otro tipo de problemas. Más manejable en apariencia al no disponer de un apoyo externo como la católica y por se la cantera habitual del voto nacionalsocialista, sufrió una fuerte intervención por el gobierno que supuso la protesta ante el intento de modificación de sus principios dogmáticos. Alertado por la movilización protestante, que estorbaba la cohesión del movimiento y amenazaba con retirar su apoyo al movimiento, Hitler se desentendió de los cristianos alemanes y permitió la autonomía de la iglesia.

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Ludwig Kaas

En las asociaciones agrarias, el NSDAP ya contaba con una importante infiltración a través de Walther Darré, el cual había creado una cultura en la que el campesino representaba la base de los valores arios. Darré emprendería una campaña de acoso a Hugenberg, que soportó bastante bien elaborando decretos de protección aduanera, ayudas a los terratenientes del Este y la obligación de utilizar materias primas agrícolas alemanas para la elaboración de otros productos. Pero Hitler no desaprovecharía la oportunidad que le brindó al plantear agresivamente la recuperación de las colonias para la obtención de materias primas en la Conferencia Económica de Londres y lo obligó a dimitir por contravenir su política exterior encaminada a ganarse la amistad británica. Darré accedió por fin a la cartera y se encargó de ir fusionando las diferentes organizaciones campesinas hasta edificar una gran corporación que integraría a todos los implicados en la producción y comercialización de los alimentos.
Más difícil lo tendría con la desconfianza de los industriales hacia los planes corporativos elaborados por Feder y Otto Wagener. Los locales de la RDI, la organización de los grandes empresarios, fueron ocupados por la SA mientras Wagener insitía en la necesidad de subordinar a la industria dentro del Estado. La protesta ante Hitler provocó que Wagener no pudiera reorganizar la estructura hasta el punto deseado, pero sus dirigentes menos afectos como Ludwig Kastl o el judío Paul Silverberg fueron sustituidos.
Habiendo resuelto el problema de los sindicatos cristianos, quedaba el problema de la organización sindical socialdemócrata, la ADGB. El nacionalsocialismo apenas contaba con una infiltración en los comités de empresa a través de las NSBO, pero la ADGB ya se había distanciado del SPD durante la cancillería de Schleicher en tal de garantizar su supervivencia. El proceso discurrió de la manera acostumbrada, combinando el agasajamiento mediante la declaración del Primero de Mayo como Día del Trabajador Nacional y realizando una gran manifestación a favor de la dignificación del obrero, con la violencia mediante la ocupación de los locales de la ADGB por los militantes de la NSBO. En la siguiente congregación multitudinaria en Tempelhof, presentada por los medios de comunicación como la demostración de que el nuevo gobierno se había ganado a la clase trabajadora, muchos obreros acudieron bajo la amenaza del despido. Poco después se fundaba el Frente Alemán del Trabajo, a manos de Robert Ley, que no tomaría fuerza hasta el asentamiento de la doctrina nacionalsocialista en la sociedad alemana.

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Hitler y los obreros

La absorción del movimiento sindical supuso la sentencia de muerte para el ya agonizante SPD que veía cómo desertaba muchos de sus militantes bien por sentirse defraudados por su falta de combatividad, bien porque su militancia suponía una durísima prueba ante la represión a la que eran sometidos. Por otra parte, el partido se dividió entre los que buscaban adaptarse a las nuevas circunstancias y los que se mantenían intransigentes, muchos de ellos ya exiliados al extranjero. Un nuevo órgano de prensa se lanzó desde Praga para denunciar lo que sucedía en Alemania, pero sólo lograron justificar las acciones de Hitler contra los que restaban en el país que fueron prohibidos como ya había sucedido con el KPD. El Partido del Estado, es decir, el DDP, acabó por aceptar su autodisolución tanto de partido como de sindicato. El DVP vio cómo su base se pasaba al NSDAP, alcanzando el proceso hasta a la dirección, momento en el cual también se disolvió. Los católicos ZP y BVP se disolverían por el acuerdo entre Hitler y el Vaticano, pero no sin sufrir represalias hasta ese momento. El DNVP, tras la dimisión de Hugenberg, había cambiado su nombre por el de Frente Nacional Alemán para abandonar todo viso democrático y sumarse así a la corriente autoritaria también optó por disolverse ante la presión ejercida contra sus organizaciones. Los Stahlhelm firmaron un acuerdo con Hitler para poner a la formación bajo su jefatura política, pero preservando su autonomía. Tras ser acusados de absorver a militantes de las formaciones paramilitares de la izquierda, cosa cierta hasta cierto punto, fueron obligados a incorporarse a la SS.
El 14 de julio, el nuevo gobierno decretaba el sistema de partido único mediante la Ley contra la Reconstrucción de los Partidos Políticos. El único resquicio que quedaba de la República era precisamente el hombre que había colaborado decisivamente en su destrucción, el monárquico Paul Hindenburg, demasiado viejo para hacer nada, ninguneado por el pintor de brocha gorda Adolf Hitler. Tiempo atrás, dos días después de que le tomara juramento como canciller, había recibido un telegrama de un viejo amigo y compañero de armas. Ludendorff, otra reliquia del pasado imperial, usada y apartada igualmente por el cabo bohemio, le advertía sobre este: Al nombrar a Hitler canciller del Reich, has puesto nuestra sagrada patria alemana en manos de uno de los más grandes demagogos de todos los tiempos. Te aseguro que este hombre maligno hundirá al Reich en un abismo y traerá grandes infortunios a nuestra nación. Las próximas generaciones maldecirán sobre tu tumba.