Publicado: Lun Jul 23, 2007 7:24 pm
por Bitxo
Entre la brutalidad de Stalin y la de Hitler, el ruso se buscaría la vida en tal de sobrevivir. En general, los atrapados en la retaguardia alemana, ayudarían a los alemanes, y los atrapados en la retaguardia rusa, al Ejército Rojo. Pero la ayuda hay que matizarla. El necesario comercio de subsistencia, o el necesario acercamiento para garantizarla, no es, exactamente, una ayuda, al menos no desde un punto de vista político. La brutalidad de las vivencias y modos de vida desde tiempos de los zares, aunada al analfabetismo y la carencia de oportunidades para prosperar, había sumergido al mundo rural en un letargo ideológico. En cuanto al soldado del Ejército Rojo o al habitante de la ciudad, la mayoría llevaban ya 15 años de consumo de propaganda estatal, y desde antes de la guerra, esta estaba encaminada a identificar al fascista, y en concreto al alemán, como el enemigo de Rusia, pese al Pacto de Amistad entre ambas naciones que traía no poca confusión, pese a la confianza del proletariado y del soldado en la sabiduría infinita de Stalin, cuyo rostro aparecía hasta en la sopa. Luego hay que sumar la desconfianza en la aventura alemana y la seguridad en la voracidad depuradora del dictador soviético. Cuanto más te hundes en la retaguardia alemana, más casos te puedes encontrar de colaboracionismo con el invasor, debido a la mayor confianza que otorgaba este como liberador de la garra estalinista y a la propia depuración alemana; pero en la retaguardia inmediata y más allá de esta, el ruso no lo tenía tan claro y era más rehacio a arriesgarse por el supuesto vencedor. Aún así hubo mucha ayuda al invasor. Los millones de hiwis (no hay una cantidad clara de estos, pero se aceptan cifras que alcanzan los 2'5 millones) o el Ejército de Vlasov, por ejemplo, son un buen ejemplo. Y, por último, hay un hecho relevador: el ruso de la retaguardia alemana podía estar más o menos cercano al invasor, pero era absolutamente rehacio a abandonar su tierra para ir a trabajar a Alemania. La arribada del Ejército Rojo suponía, al menos en un principio, la certidumbre de que nada iba a cambiar, de que seguirían cosechando su tierra más allá de la tenaz lucha ideológica. El mundo rural ruso, machacado al extremo, tan sólo simpatizaría con lo que llevaba siendo su única ideología desde décadas: la subsistencia basada en la tierra y suavizada por los iconos religiosos