Publicado: Dom Jul 22, 2007 8:42 pm
por Bitxo
Es una gran equivocación creer que la NPE pondrá fin al terror. Volveremos al terror y al terror económico. Así advirtió Lenin a Kamenev, convencido de que la única manera de llevar a cabo la Revolución era mediante el uso de la violencia. Una vez muerto el líder bolchevique, Kamenev y Zinoniev se autoconsiderarían sus herederos naturales. Trotski, el militante defensor de la expansión de la Revolución a escala mundial, no se quedaba atrás en su crueldad a la hora de llevar a cabo tales ideas. Sin embargo, ninguno de ellos llevaría a cabo la tarea de poner fin a la Nueva Política Económica aterrorizando al país y haciéndole pasar el hambre como medida radicalizadora tal y como Lenin pregonaba. Sería Stalin, el hombre que representaba el centro ventajoso para todas las facciones pujantes por el poder, el que, una vez debilitada toda oposición, llevaría a cabo la colectivización forzosa del mundo rural ruso -la misma que había criticado a Trotski-, con más brutalidad que inteligencia, pero con la obstinación del fiel discípulo, del que tiene fe en que todo, al final, saldría bien, negándose a la realidad de que estaba llevando al país a la ruína total.
La NPE fracasaba en resolver el denominado problema de las tijeras: el precio del cereal era cada vez más bajo y los campesinos rehuían de venderlo o de aumentar la producción. A la vez, los productos de las fábricas resultaban tan escasos como caros debido a la mala gestión de estas y a la maquinaria obsoleta usada para producirlos. El problema en sí era que si bien el mundo rural podía vivir sin el producto de las ciudades, no se daba la viceversa. Las ciudades estaban amenazadas por el hambre y la Unión Soviética no disponía de capital para llevar adelante la inmensa tarea de su industrialización. En medio de la Depresión, la madera y el petróleo soviético se malvendía y ni tan siquiera el millón y medio de desempleados veía con buenos ojos el ir a explotar las inhóspitas y lejanas tierras ricas en oro, carbón y minerales raros. Stalin, a diferencia de Bujarin, su socio derechista en el poder, no intentaría elaborar una política que elevase la producción de las fábricas o elevase el precio del grano, sino que aterrorizaría y robaría el trigo al campesino hasta dejarle sin nada, esclavizándolo como mano de obra forzada. Koba, déjalo, no te pongas en ridículo. Todo el mundo sabe que la teoría no es tu fuerte. Rizanov pagaría con la vida sus palabras, pero tenía razón: Stalin entendía de palos, no de zanahorias (D. Rayfield).

Los campesinos suponían el 85% de la población rusa, todo un inconveniente para la visión bolchevique de una Rusia más parecida a las Potencias Occidentales que contaban con un proletariado urbano desarrollado. Los intentos de socialización de Lenin, amparados en el Comunismo de Guerra -con la versión militarizada de Trotski-, habían sido un fracaso que sólo trajo la ruína y la revuelta popular. Con la retractación de la NPE, Lenin llegaría a la conclusión de que la colectivización podría durar al menos diez años, cosa a la que se avino la izquierda con la excepción de Trotski. Nadie en el Politburó esperaba ya una campaña de colectivización forzosa, hasta que Stalin, una vez libre de oposición, realizara su brusco viraje a la izquierda.
Para ello usó como punto de partida la mala cosecha de 1927, acentuada por el rechazo del campesino a malvender su cosecha. Durante el período de la NPE había existido cierto resurgimiento del kulak, el campesino rico exterminado durante el Comunismo de Guerra. El kulak, que suponía un 5% de la población rural, especulaba el precio del grano con la también resurgida burguesía de la ciudad. Stalin identificaría al kulak como el enemigo del socialismo, muy especialmente en Ucrania. la región más refractaria al bolchevismo, y daría el pistoletazo de salida a la lucha de clases como pretexto para el pillaje del grano y a la colectvización forzosa como medio para lograr una rápida industrialización que la Unión Soviética precisaba.
Sin embargo la deskulakización sería un método para aterrorizar a todos los campesinos. Molotov diría que con los métodos expeditivos contra el kulak el resto de los campesinos se pondrán firmes ante nosotros. Una comisión del propio Molotov dividiría en tres clases a los campesinos: pobres, medios y kulaks. A su vez, los kulaks se subdividían en más clases a fin de poder hinchar el número a costa de los campesinos medios. Además de estas, en cuanto su destino tras ser desposeídos de todos sus bienes, se dividían en otras tres categorías: los hostiles debían ser fusilados o deportados a campos de trabajo forzado, los peligrosos lo serían a tierras no cultivables del lejano norte o del Kazajstan, y los no peligrosos podían quedarse en su región de origen. Según Molotov, unos 210.000 hogares, el equivalente a un millón y medio de personas, pertenecían a las dos primeras categorías. Sus tierras y bienes fueron entregados a los campesinos pobres, a los que se les alentó a denunciarlos y se les prohibió ayudarles bajo pena de sufrir la misma suerte. En muchas ocasiones, estos campesinos pobres lo eran por no querer o no saber cultivar la tierra, por lo que el sistema provocó que esta fuese arrancada de quienes le daban fruto y entregada a quien no le sacaría provecho.

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Stalin desató una primera oleada de violencia contra el campesinado, logrando requisar un millón de toneladas de trigo paliando de este modo la amenaza de hambre en las ciudades. En contraste con su éxito, las débiles protestas de Bujarin, que dependía de él para aferrarse al poder, sólo sirvieron para la mofa en el Comité Central. Chicherin, el valorado Ministro de Asuntos Exteriores en el extranjero logró, pese a su tibieza plagada de matices, que Stalin se retractara. Este sabía que el anciano estaba mortalmente enfermo y que era una cuestión de tiempo que se apartara de la política, por lo que rehusó el enfrentamiento. No obstante, defendió su programa: Inglaterra había exprimido a sus colonias, Alemania había levantado su industria gracias a las indemnizaciones de la guerra franco-prusiana y los EUA elevaban sus préstamos a Europa. La Unión Soviética no disponía de estos medios. Es más, con su inmensa población rural, no contaba con suficiente urbanización para poder desarrollar una industria fuerte que pudiera protegerla de la amenaza tanto procedente del exterior como del interior.
La falta de oposición animó a Stalin a generalizar y embrutecer su plan hasta las últimas consecuencias. Todo su equipo tenía bien claro que alcanzar los objetivos impuestos mediante un sistema de cupos que alentaba su superación para el logro del mérito, resultaba tan peligroso como no llegar a estos. Stalin viajaría en tren por toda la Unión Soviética acompañado de sus secuaces y un pequeño ejército de miembros del GPU, para movilizar a los funcionarios locales en la incautación de grano. Lo requisaban todo, hasta el grano destinado para la siembra y los quince kilos por cabeza que se le permitía al campesino para su propia supervivencia. Como él mismo no podía llegar a todas partes, movilizó al completo a la GPU hasta el punto de que incluso los cargos directivos debían cumplir con misiones locales.

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Desde ese momento, el campesino ya no podría pagar con moneda, sino en especie. Debía tributar por adelantado, comprar bonos del Estado y suscribir seguros obligatorios hasta quedarse sin nada. Tampoco podría producir excedentes de manera voluntaria ni comerciarlos en privado. Todo debía ser entregado al Estado y cualquier tipo de resistencia sería considerada como un acto de terrorismo. Los kulaks, los considerados como tales y aquellos que se atrevieron a ayudarles, fueron desalojados en medio del invierno dejándoles con tan sólo aquello que pudieran carrear a mano o a la espalda. Todos sus bienes, las tierras, las herramientas e incluso su ropa fueron entregados a campesinos pobres obligados a trabajar en las granjas colectivas o koljoses. Estas granjas muchas veces sólo existían en el papel, al igual que los prometidos tractores que, si arribaban, resultaban defectuosos. Para estos campesinos, trabajar en la granja colectiva, dada la obligatoriedad de entregar todo el grano producido, suponía la esclavitud y rehuían de ello, matando a la mitad de la cabaña nacional bien para poder subsitir ante la carencia de grano o bien como medida de protesta. La falta de animales de tiro provocaría el arado a mano de la tierra y, por tanto, una mayor improductividad de esta.
Las revueltas se sucedían sin cesar, hasta el punto que Stalin, en 1945, diría a Churchill que la colectivización le produjo más inquietud que la guerra. Los campesinos se enfrentaban a la GPU con sus horquillas o con escopetas. Si en un principio no se deseaba la intervención del Ejército Rojo al proceder sus soldados del mundo rural, temiendo también su amotinamiento, la necesidad se impuso y se le dió orden de bombardear con su artillería y aviación a los rebeldes. Se produjeron deserciones tanto en el Ejército como en las filas del GPU o en los funcionarios locales, que fueron castigadas con el fusilamiento.

En algunas regiones la colectivización tomó un carácter étnico. En el Don, los cosacos supervivientes del genocidio de 1920 eran asesinados por los ucranianos pobres. En el Cáucaso, tanto los cosacos como los chechenos eran asesinados por elementos espoleados por el GPU. Allí, la rebelión tomó un cariz nacionalista que fue duramente reprimido hasta el punto que el jefe del GPU de la región informaría que el ingente número de cadáveres taponaba los ríos. En Ucrania, donde más resistencia hubo, hasta el punto de que la cuarta parte de los deportados fueron ucranianos, y pese al hambre provocada por el pillaje de grano, se requisaron cinco millones de toneladas extras para paliarla en otras regiones. Los tártaros trataron en vano de resistir, pero la comunidad alemana del Volga logró hacerlo y Stalin tuvo que esperar a 1941 para liquidarla. Incluso los religiosamente pacíficos mongoles budistas se rebelaron siendo brutalmente pacificados. Los pastores de Kazajstan logaron huir con sus rebaños a China, pero allí no habían suficientes pastos y perecieron al menos la mitad, un millón de personas. Los colonos forzosos que los reemplazaron, sin herramientas ni grano para sembrar una tierra no apta para ello, perecieron también víctimas del hambre y el frío.
Los campesinos destinados a cultivar las tierras colectivizadas no lo tuvieron mucho mejor. También sin grano, casi sin animales de tiro y con la mayoría de las casas quemadas, las familias divididas y diezmadas por las ejecuciones y deportaciones sufrirían también el hambre y la enfermedad. El canibalismo se convirtió en una práctica extendida, especialmente en Ucrania, pese a que los antropófagos eran tiroteados por la GPU sin haber ninguna ley lo contemplara. Otros comían las defecaciones donde podían encontrar algún grano sin digerir.

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El hambre y el clima de denuncia alentado provocaba que los campesinos se enfrentaran entre sí. En muchas ocasiones, los campesinos de las granjas colectivas asesinaban a los errantes que se atrevían a robarles. Los niños eran abandonados en las ciudades por los campesinos que lograban llegar a ellas pese a los controles por evitarlo. En Jarkov, el cónsul italiano informaría de que hace ya una semana que patrullan por la ciudad los dvorniki, ayudantes de uniforme blanco que recogen niños y los llevan a la comisaría más cercana [...] A eso de la medianoche se los llevan en camiones a la estación de mercancías de Severodonetsk. [...] Un equipo médico hace una especie de selección [...] Todo el que no esté hinchado todavía y tiene una posibilidad de sobrevivir es enviado a los edificios de la Jolodnaya Gora, en cuyos grandes hangares hay una población constante de 8.000 personas agonizando en camas de paja. Casi todas son niños. Los que ya han comenzado a hincharse se transportan en trenes de mercancías y se abandonan a unos sesenta kilómetros de la ciudad [...].
Por si no fuera suficiente, Stalin lanzaría la conocida como ley de las cinco espigas, que condenaba a muerte a todo aquel que se atreviera a guardarse para sí un solo puñado de trigo.

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Los campos de concentración se reconvirtieron en campos de trabajo correccionales para el uso como mano de obra forzada de los deportados en las minas del lejano norte, en los bosques para la tala o en la construcción de grandes obras públicas. Esto sería conocido como el gulag. El GPU se extendió como un imperio económico que demandaba cada vez más esclavos. El tamaño de los campos no dependía del número de arrestos, sucedía al contrario, eran las necesidades económicas de los campos, con su terrible mortandad y su inagotable sed de trabajadores prescindibles, las que dictaban el número de arrestos (D. Rayfield). Se prepararon más campos, muchos por encima del Círculo Ártico, donde se abandonaban a los deportados sin necesidad de custodia para que muriesen de hambre y frío sin que nadie los viese u oyese. Los funcionarios de los campos, temerosos de poder cumplir con los objetivos, protestaban ante la falta de alimento para los presos que perecían en los barracones desprovistos de calefacción. Los presos se automutilaban en tal de ser ingresados en el hospital donde, al menos, podían comer todos los días, o bien cultivaban sus llagas con pus o queroseno.
Para trasladar a los deportados se usaban las líneas férreas ya saturadas, ante la carencia de carreteras y vehículos. En las estaciones de las ciudades, el proletariado que aspiraba al paraíso bolchevique contemplaba con horror a los millares de desafortunados prisioneros hambrientos e infestados de piojos. Para poder pasar, debía hacerlo sobre los cadáveres desperdigados.

Stalin pudo llevar a cabo la colectivización forzosa gracias a que no contó con oposición. Esta, además de muy debilitada, estaba además aterrorizada a sabiendas de que la GPU espiaba todos sus movimientos y escuchaba sus conversaciones telefónicas. Bujarin buscaría desesperado el apoyo de sus antiguos enemigos Kamenev y Zinoniev para tratar de derrocar a Stalin, pero esto sólo le sirvió para facilitar su condena. Por otro lado, la represión del munco cultural y científico -que analizaré en un próximo artículo- implicó que este se acobardara y enmudeciese ante el terror desatado, salvo alguna excepción destinada a correr la misma suerte. Los observadores y los artistas extranjeros que fueron invitados a la Unión Soviética, y que forzosamente tuvieron que enterarse de lo que sucedía, prefirieron el camino de la adulación a pregonar la verdad. En cualquier caso, las cartas de los kulaks enviadas a sus familiares en el extranjero daban a conocer al mundo entero el genocidio que sufrían. Pero nadie ayudó al campesino ruso. Las Potencias Occidentales se quejaban del trato dado a sus técnicos, acusados de sabotaje o espionaje en una serie de farsas judiciales destinadas al ensayo previo a la represión general, pero no se inmutarían ante el hostigamiento ejercido por Stalin hacia sus campesinos condenados al hambre, la esclavitud o a la ejecución. Occidente estaba contento de poder venderle maquinaria y tecnología, al tiempo que el dictador se retractaba excusándose en el excesivo entusiasmo de sus colaboradores y a la vez que les exigía a estos una mayor incautación de grano destinado a pagar esa maquinaria. Todo ese trigo arrebatado a una población hambrienta ayudaría en parte a salir de la crisis económica a las Potencias Occidentales. En 1937, tras once años de inactividad, la Oficina del Censo arrojaría una cifra siete millones inferior a la esperada por Stalin. Los censores serían fusilados por traidores. En la convesación de Stalin con Churchill de 1945, este le afirmaría también que el proceso de colectivización había costado diez millones de vidas.