Publicado: Mar May 11, 2010 12:39 am
por ParadiseLost
Hola a todos.
Os amplío un poco la más la información de este hilo, esta vez desde el punto de vista del coronel genral Kurt Zeitzler, jefe de Estado Mayor del Ejército, que vivió en primera persona lo acontecido con el general Ferdinand Heim y su XLVIII Cuerpo blindado.
Apuntar para evitar confusiones, que el cuerpo acorazado H es como Zeitzler nombra al XLVIII Cuerpo blindado en sus memorias, aunque en la traducción hubiera estado mejor nombrarlo como blindado en vez de acorazado.

"El contraataque del cuerpo acorazado H no obtuvo mejores resultados. Hitler y su séquito aparentemente tenían grandes esperanzas puestas en esta formación, que parecía ciertamente impresionante en los mapas y contaba con más de cien tanques. Las apariencias, empero, eran engañosas. No debieron haber defraudado a Hitler, que, naturalmente, fue informado de los hechos; pero nuevamente se negó a admitir la verdad acerca de ese cuerpo, alegando que los informes eran "derrotistas". El Cuerpo se componía de dos divisiones, la primera división acorazada rumana, y la 22 división acorazada alemana. La división rumana no había entrado nunca en fuego, y estaba en su totalidad formada con tanques capturados. La 22 divisón acorazada alemana no contaba con sus efectivos completos, y muchos de sus carros sufrieron averías al dirigirse al frente. Las condiciones climáticas bajo las cuales tuvo que luchar el cuero eran terribles. Sólo había luz durante pocas de las veinticiatro horas del día. Y en esas circunstancias se esperaba que el Cuerpo acorazado H contuviera la masa de carros rusos que penetraba por una cada vez más amplia brecha abierta en nuestro frente. Quienes conocían la realidad sabían que el Cuerpo acorazado H estaba irremediablemente condenado a la destrucción.
Como habíamos supuesto su contraataque fue retrasado tanto por el tiempo como por el enemigo. Por fin entró en acción y pronto logró algunos éxitos: los rusos fueron contenidos en varios puntos, sufriendo grandes pérdidas, especialmente en tanques. Pero esto no produjo un cambio fundamental de la situación, ni, mucho menos, restablecióla como Hitler creyó que sucedería. La tremenda tarea estaba más allá de las posibilidades de dos débiles divisiones. Para ello se hubiera necesitado una fuerza integrada por varias divisiones, con tropas veteranas, provistas de equipos de primera clase.
Cuando Hitler supo que el contraataque del Cuerpo acorazado H había fracasado, su furia no conoció límites. Volviéndose al mariscal Keitel, que estaba encargado de las actuaciones disciplinarias en el ejército, gritó:
—Mande llamar al comandante del cuerpo enseguida, degrádele y encarcélelo. Todo ha sido culpa suya.
Tal era el ambiente en la mesa de conferencias de Hitler. En vista de su carácter no es de extrañar que se negase a escuchar cuando una vez más solicité autorización para retirar al Sexto ejército. Ni tampoco prestó atención a los partes de los mandos del Grupo de Ejércitos B y del Sexto Ejército, en los cuales los jefes, concientes de su gran responsabilidad, intentaban llamar la atención sobre la gravedad de la zona de batalla, pidiéndose en ellos también la retirada del Sexto Ejército. La ira de Hitler solamente aumentaba su obstinación.
Algunas horas más tarde, considerando algo amainada la cólera de Hitler, le pedí una audiencia privada, en la que pensaba obtener dos resultados positivos. Creía que si lograba exponerle friamente la situación y las conclusiones para el futuro que de ella debían derivarse —sin ser interrumpido mientas hablara, por los comentarios de su séquito, susurrado al oído— podría convencerle para que cambiase de opinión. En segundo lugar, deseaba demostrarle que los cargos contra el comandante del Cuerpo acorazado H no estaban justificados y debían ser anulados.
Hitler me recibió con calma y me escuchó atentamente. Obtuve un doble éxito en la entrevista. Cuando le expuse la situación y el probable futuro curso de los acontecimientos, Hitler, que se abstuvo de interrumpirme, me prometió considerar cuidodosa y fríamente su decisión. Después hice referencia a la cuestión del comandante del Cuerpo, y dije:
—Aunque los consejos de guerra no son de la incumbencia del jefe del Estado Mayor general, me gustaría decir algo acerca del general comandante del Cuerpo acorazado H. —La expresió de Hitler se endureció, pero proseguí—: Deseo hacerlo —dije— porque es también una cuestión operacional en cuanto afecta la conducción de las operaciones en el frente oriental. Como jefe del Estado Mayor general, soy de la opinión que debe pedirse cuentas al general cuyos errores hayan producido malas consecuencias. Pero antes de que deba justificar sus acciones, hay que establecer, sin lugar a dudas, que ha incurrido en falta. En el caso en cuestión, esto no ha sido hecho y las acusaciones contra él se apoyan puramente en suposiciones.
Después propuse se nombrase un tribunal investigador para esclarecer los hechos. Hitler nombraría miembros de este tribunal a generales a quienes él conociese personalmente y en los que tuviera absoluta confianza.
Hitler meditó unos instantes antes de contestar.
—Muy bien —dijo—. Así lo haré.
Desgraciadamente, mis dos éxitos fueron efímeros. Cuando volví a verle, Hitler dijo:
—He estudiado la situación con detenimiento. Mis conclusiones permanecen inalterables. El Sexto ejército no será retirado.
Si fue decisión propia o influyeron en ella el mariscal Keitel y el general Jodl, no puedo decirlo. De todos modos no volví a pedir la opinión del jefe de Estado Mayor general del Ejército.
En la cuestión del comandante del Cuerpo acorazado secillamente rompió la palabra que me diera. Esto fue después de una larga discusión con Keitel. Su decisión original, dictada por la ira y el despecho, fue mantenida. No se permitió a nadie pronunciar el nombre del general en presencia de Hitler en lo sucesivo. El general pasó varios meses en prisión, siendo después degradado. No hubo tribunal de investigación, puesto que hubiera dejado al descubierto al verdadero culpable del fracaso del contraataque del cuerpo acorazado. A principio de diciembre, un decreto, firmado por Hitler, fue distribuido entre los generales más antiguos, en el cual se mencionaban las pretendidas faltas cometidas por el desafortunado comandante del cuerpo."


Por lo que puede deprenderse del texto, Zeitzler fue uno de los pocos generales que no pretendió como objetivo principal contentar a Hitler, sino poner las cosas en su lugar y llamarlas por su nombre, pero se encontró con dos grandes obstáculos: a Jodl y al general Jawohl.
Ese hecho queda constatado por uno de los planes que le sugirió Jodl a Hitler, siempre según Zeitzler, para no retirar al VI Ejército de Stalingrado. Jodl le comentó a Hitler, que para controlar el inminente contraataque soviético de noviembre, sólo era necesario movilizar a una división desde el Grupo de Ejércitos A para que apoyase al VI Ejército.
Zeitzler intentó convencer a Hitler de lo estúpido de esa medida, ya que el transporte de esa divisón tardaría semanas, y una vez llegase a su lugar de destino, la situación podría haber cambiado ostensiblemente y no era seguro que esa unidad pudiera combatir a su llegada.
La respuesta de Hitler fue digna de ser enmarcada: Entonces enviaremos dos divisiones.
Siempre he creído que los Diálogos para besugos de la Editorial Buguera eran inalcanzables, pero esto los supera y con creces.

Fuente: Batallas decisivas de la Segunda Guerra Mundial

Saludos