Publicado: Sab Jun 16, 2007 12:56 am
por Bitxo
A un dictador le resulta fácil dar una orden del tipo ni un paso atrás, pues el resultado de la misma difícilmente le va a afectar, más aún si se vende la guerra como una total o de supervivencia de la nación, de la raza, de la cultura, etc. En una democracia donde seguir en el poder significa convencer a la mayoría, resulta más complicado, aunque con la debida dosis de propaganda se pueden lograr, en un momento dado, los mismos resultados. He leído por ahí -y siento no dar la fuente, pues no la recuerdo- que Hitler, con la batalla de las Ardenas, deseaba provocar la retirada de los EUA al provocar un fenómeno de bajas. Esto es una buena explicación a la ofensiva que no podía permitirse e incluso se podría aplicar a Kursk, más allá del intento de recuperar el prestigio internacional necesario para mantenerse en danza, algo de lo que dependía Alemania -el auge de la confianza en Hitler fue en el 41. Baste mirar que el Afrika Korps hizo tambalear la posición de Churchill, y el hecho de que Rommel no fuera apoyado debidamente desde Berlín me da yuyu, pues un servidor se ha educado con aquello de piensa mal y acertarás. No deja de resultar llamativo que en un principio no se hiciera nada o casi nada por motivar la derrota política en occidente -Dunkerque o Egipto- y a última hora se tratase de hacer lo imposible, cuando los rusos ya tenían ganada la guerra y Hitler sentía la necesidad, más urgente si cabe, de ser un bastión ante el comunismo. Y es que me da la impresión de que el dictador alemán no supo interpretar debidamente la política, ya casi en desuso, del cordón sanitario, no viendo el ejemplo polaco, maniatado en occidente y alimentado en oriente, ni las jugadas en aras del equilibrio de poderes. A fin de cuentas, el cabo bohemio, pese a su buen olfato, demostró ser un burro en materia de asuntos internacionales.
Pero volviendo al tema, Hitler, con su orden prohibitiva de retirada, logró mantener el frente oriental cuando este se desmoronaba. Tuvo su coste, no cabe duda, en pérdida de hombres y máquinas, que no podía fácilmente reemplazar. Pero sentó la base para el siguiente año de guerra y, pese al revés, se mantuvo en el poder al darse a conocer como líder por derecho tras su acierto. Si Hitler no hubiese dado esa orden, la guerra hubiese acabado mucho antes. Siendo perseguidos por el RKKA difícilmente hubiesen sido capaces los alemanes de lograr una línea de defensa lo suficientemente fuerte en medio del follón de una retirada a todas luces caótica. Además negaba a Stalin buena parte de su capacidad productora y mantenía a su lado a sus aliados tan menores como necesarios, pues sus aliados o estaban con él o con los británicos mientras no fueran engullidos por los rusos. Por parte de Stalin, encontramos la viceversa bien expresada en la orden: retirarse suponía perder la capacidad industrial de la URSS y perder la guerra por tanto. Había que desgastar a los alemanes a costa del desgaste propio y dar tiempo a la nación a reponerse con el utillaje necesario para la guerra. Además, pese al supuesto poder absoluto de Stalin, este contaba con oposición y no sólo troskista -al igual que Hitler era un ejemplo de que el poder absoluto no existe, pese a todo. Las purgas antes, durante y tras la guerra, como el lamentable caso que nos has narrado, es una buena muestra de la crueldad como medio para perseguir un fin, el poder, y no como medida maniática cuasi gratuita. Para Stalin, la consecución del logro de la homogenización total de la sociedad rusa era un recurso para afianzarse a su posición, de la misma manera que Hitler, si bien Stalin era el segundo gran líder bolchevique y usaba en mayor medida la deificación de Lenin en lugar de la propia como su antagonista, al menos hasta que hubo ganado la guerra y lograra su meta.
Hoy día la cosa no ha cambiado. En el mejor de los casos, el método se ha refinado para vendernos el mismo producto pero con un envoltorio menos revulsivo. Y es que la guerra sigue teniendo las mismas causas y la misma definición. Los gobiernos ricos prosiguen con su tarea de cuidar del bienestar del votante mientras hacen lo posible por mantener al menos su hegemonía tan amparada como subyugada a los grandes poderes, al igual que Hitler se reservó cuanto pudo la llamada a la economía de guerra en tal de que el alemán medio no se deprimiera ante la falta de medios para subsistir cómodamente y se tornara opositor. Los gobiernos pobres hacen lo mismo a su nivel.
En el universo orwelliano el poder está ahí, y alguien tiene que tomarlo...