Publicado: Jue Nov 30, 2006 10:49 am
por ParadiseLost
Os paso otra traducción del alemán, de excombatientes alemanes en Stalingrado.
Muy buen relato.

Supervivientes recuerdan la batalla de Stalingrado (VI).
Hans-Eckard Kalwait, de Hannover.


Texto original: Hans-Eckard Kalwait
Traducción: ParadiseLost, bajo el permiso de Konrad Schnitzler.
Prohibida su divulgación total o parcial sin la expresa autorización de su autor original.

La inminente movilización al frente.
Desde mediados de mayo del 42, teníamos de que hablar con nuestra movilización al frente. El 12 de junio fuimos equipados. Ese día ni siquiera tuvimos tiempo para hacer vacaciones en la ciudad. Utilizamos las horas antes del mediodía del día 13 de junio, para despedirnos en persona o por teléfono de nuestros seres queridos. Yo no puede despedirme de ellos, ya que no había ninguna conexión de teléfono con Hannover. Al siguiente día pude localizar a mi padre desde un campo de instrucción. Él me comunicó por teléfono la muerte de mi madre. Murió el día de mi partida. A pesar de las muchas dificultades que sufrí, pude llegar a tiempo a su entierro. Así al menos, pude acompañar a mi madre en su último viaje.

El cerco en el Kessel

HACIA EL FRENTE
14 días después nos encontrábamos en la zona del Donez y el Don. Nosotros, los radiotelegrafistas, fuimos repartidos por el frente. Yo pertenecía a la 14 Panzerdivision. Mi unidad tomaba parte en una gran operación, y se dirigió después de cruzar el Don en dirección este hacia la estepa. Después de las sospechas de un intento de avance sobre Astrachan, viramos hacia el norte sobre Stalingrado. Era a finales de julio.

STALINGRADO
Pronto empezó la lucha en la ciudad de Stalingrado. Fue conquistada palmo a palmo. De los dos bandos, se asentaron numerables fuerzas. La lucha se desarrolló con exasperación, como nunca había sucedido. Agosto y septiembre pasaron. Cambiamos repetidas veces nuestras posiciones. En vez de pernoctar en tiendas, ahora lo hacíamos en las cavidades e la tierra, que cubríamos con mantas. En octubre empezó a notarse el frío. Aún no disponíamos el equipo de invierno, y el coreo que esperábamos desde hacía semanas, no había llegado. Dos de los nuestros, que fueron a buscar la ropa de invierno y el correo, volvieron con el vehículo sin haber conseguido traer las cosas consigo.

EL CERCO
En las cercanías de paso el Don las pistas de aterrizaje estaban atascadas y las unidades confusas. Se hablaba de que los rusos habían abierto brecha. El escuadrón Graf derribaba de 30 a 40 aviones enemigos cada día ante nuestros ojos. Nuestras sensaciones aún eran buenas. Pronto nuestras raciones se vieron reducidas. En vez de los 600 gramos de pan habituales cada día, recibíamos sólo 300. Las raciones fueron recortándose cada día más. No había ninguna duda sobre nuestra situación. Aparecieron grandes escuadras de aviones de cuatro motores que aterrizaban en las 3 grandes zonas de abastecimiento aéreo: Pitomnik, Gumrak y Dubininski.

LA SITUACIÓN DEL KESSEL
La bolsa tenía al principio de ser cercada la anchura de la superficie entre el Volga y el Don (entre 80 y 100 km) y el doble de largo. Stalingrado se extendía 20 km a lo largo del Volga. Desde el norte de la ciudad, se extendía entre el Don y el Volga "el cerrojo del norte", para proteger nuestro flanco. Contra esa complicada posición, se estrellaban desde hacía tiempo los más duros ataques de nuestro enemigo. Se podía apreciar un numero superior a 50 tanques enemigos que cada día eran destruidos. La importancia de este sector del frente fue valorada por ambos bandos. No fue ninguna sorpresa, que los rusos decidieran dar un fuerte empuje, en la espalda del "cerrojo" al otro lado del Don.

EL ACOSO
La presión del enemigo estaba por todas partes. Aún teníamos la esperanza, de que unos de los ejércitos nos liberase. El nombre del general von Manstein fue nombrado. En dirección a Kotelnikowo, percibíamos en la lejanía fuego e artillería, y por la noche veíamos sus destellos. Cito esto, porque se nos había prometido que seríamos liberados. Los disparos de artillería que recibíamos de todas partes cada día, no eran nada nuevo. Nosotros mismos hubiéramos podido cambiar la situación, con una fuerza concentrada del ejército, a fin de conseguir una huida, si hubiéramos recibido la orden. Esa era nuestra opinión como soldados. El alto mando sabía lo que estaba en juego. No teníamos ninguna influencia sobre las órdenes de la OKW. Stalingrado debía resistir, costase lo que costase.

RADIOTELEGRAFISTAS EN ACCIÓN
Hasta ahora los radiotelegrafistas de nuestro departamento de noticias estaban repartidos en varias unidades de la división. En algunas, debido a la dispersión, habían excedente des de radiotelegrafistas. O bien fueron recolocados de reserva en el departamento, o fueron reunidos en diferentes destacamentos o recibieron encargos especiales de algunas personas. Así que nuestra plaza de radiotelegrafista estuvo en movimiento en diciembre con el destacamento Seydel. Algunos días estábamos a disposición del comandante en jefe del ejército. Diciembre nos trajo el frío más crudo, nieve, hambre y restricciones. La estepa reseca del verano, chamuscada por el sol, cambió totalmente a un infinito desierto helado, que se extendía sin ningún punto de referencia, desde el sur y el oeste de la ciudad. Profundos surcos sin agua interrumpían el desierto. Se podían apreciar esos cauces apenas a 20 metros de distancia. En uno de esos cauces construimos nuestro refugio en la helada tierra. Al lado nuestro, en la pendiente de enfrente, construyeron los otros soldados su refugio. Aún éramos telegrafistas, a pesar de que ya no había nada para retransmitir. Sólo las continuas guardias para proteger nuestro refugio, acortaban el tiempo. Al mismo tiempo, nos preparábamos para la fiesta de Navidad.

UNA EXPERIENCIA EXTRAÑA
Por la tarde del 24 de diciembre, tuve una experiencia extraña. De los 4 radiotelegrafistas de nuestra posición, enviaron a dos a la compañía de radiotelegrafistas, que estaba a 20 minutos a través del desierto de nieve. Marchamos juntos a través de la tierra de nadie. La dirección nos era conocida y ya habíamos estado allí con frecuencia. Habíamos quedado en volver por separado, ya que mi compañero debía permanecer más tiempo. En el lugar habitual dejé atrás la garganta, en la que la compañía tenía su refugio y emprendí el camino de vuelta. Una fina tormenta hizo presencia, lanzándome nieve directamente en la cara. 30 minutos estuve en camino y de nuestra garganta no había ni rastro. Me llamó la atención que había cruzado el sendero durante mi marcha. Después de un rato, vi despuntar la estrella de una antena en el borde de la garganta. Debía ser mi destino. Pero no estaba en mi destino, sino en el punto de partida. Había caminado en círculos. De nuevo volví a hacer el camino de vuelta y me fijé en unos llamativos arbustos para dirigirme en la dirección correcta y volver al refugio

NAVIDAD EN EL KESSEL
Adornamos nuestro pequeño refugio y nos sentamos juntos en la pequeña mesa. Con diferentes papeles de viejos sobres, hicimos colgantes con figuras de ángeles. La desesperación de nuestra situación y la gran escasez no fueran capaces de empañar nuestro espíritu navideño. No mencioné nada sobre mi experiencia. Entonces llegó nuestro cuarto compañero y empezamos con las celebraciones. Era todo tan bonito que cada uno empezó a pensar en lo suyos con ojos brillantes. El camarada que había llegado explicó de repente mi misma experiencia. Estaba tan sorprendido que dejé que las palabras brotaran de sus labios. La tormenta de nieve también le había echado del camino y había hecho que caminara en círculos. Algunos situaciones sólo las había leído en los libros. Ahora sabía como podían suceder las cosas.
El pastor de la división organizó una misa en un gran refugio. Nos recordó con palabras serias cual era nuestra situación. Dijo que para la mayoría de nosotros, éstas iban a ser las peores Navidades de nuestras vida, y que seguramente, muchos de nosotros no volveríamos a vivir otras.

ARRIESGANDO TODAS LAS FUERZAS
Las Navidades y Año Nuevo pasaron. La ración diaria consistía en 100 gramos de pan. Sólo una barra de pan se repartía entre 15 y 18 hombres. Ya no teníamos fuerzas. El portador de una cruz de Hierro, el mayor G. Seydel, se unió a nosotros en el combate en la nieve, con una ametralladora. Decía con humor, lo que nosotros no nos habíamos atrevido ni a pensar: nos dirigíamos a nuestra perdición, y nos preparábamos para esto. ¿Se había resignado a su destino? Nosotros queríamos vivir.
El tiempo corría, y Enero nos trajo los días más fríos. El cerco se iba estrechando. El enemigo también había conseguido la supremacía aérea. Éramos testigos de numerosos derribos de aviones de transporte alemanes. Ya que las tropas estaban agotadas y dispersadas, se ordenó a todas las tropas que lucharan en Tierra. Nuestro puesto de telegrafista: se convirtió en el departamento de las noticias. Una pequeña guardia permanecía la lado del vehículo. Fuimos agrupados en compañías de ametralladoras. Las armas fueron repartidas. Se nos dieron los trajes de camuflaje de los heridos. Del cuarto departamento de noticias se formó el tercer batallón

NUESTRA LUCHA EN EL KESSEL
Nuestra primera misión consistía en la construcción de un puesto en los alrededores de la estación de Karpowka. El terreno allí era desolador, como en el resto de la estepa en invierno. También las quebradas estaban allí presentes. Su recorrido natural no nos era favorable. Pasaron casi hasta 48 horas, hasta que el enemigo llegó a nuestra posición. El enemigo se retiró con grandes pérdidas bajo nuestro fuego. Entonces fue tomando uno por uno, nuestros nidos de ametralladoras con artillería y granadas. Cuando vimos llegar la infantería y caballería pensamos que nuestro destino estaba sellado. En una huída atropellada, nos retiramos de nuestra posición. Un tanque alemán nos cubrió las espaldas. El ataque nos causó algunas bajas y heridos. El 50% de los supervivientes tenían algunas partes de las manos y los pies congelados. Los dedos de mi pie derecho se habían congelado y los dedos de la mano se pegaban al hielo de las ametralladores a través de los guantes rotos. En el camino de vuelta, un vehículo nos proporcionó té caliente. Era algo caliente en muchos días. Recorrió tan rápidamente nuestros resecos intestinos que tuve que tuve la sensación de cómo si necesitara ir rápidamente al baño. 4 veces. No me podía mover lo suficientemente rápido por la ropa y los dedos congelados y estaba totalmente empapado. Tuve que quitarme la ropa a 30 grados bajo cero y cambiarme la ropa interior. Debíamos seguir huyendo. Las fuerzas amenazaban con abandonarnos. Con un jersey de lana, me limpié el muslo herido de sangre. Me presenté aun camillero y me pusieron un cartel en el cuello. Debía ir al hospital de Gumrak. Las piernas casi no me aguantaban. Un camión me llevó hasta allí en el tramo final.

EL DESOLADO GUMRAK
Entonces estuve en una población de casas destruidas. La única casa que estaba en pie era la del hospital. Quería ser hospedado en ella. La casa de un piso tendría capacidad para acoger a 100 heridos. Pero esperaban al aire libre 10.000. Cientos de ellos habían pasado la noche a la intemperie y no habían sobrevivido. Era por la tarde, y se acercaba una nueva fría noche. Algunos de mis camaradas estaban conmigo. Ya no sé quienes estaban. Llamamos a la puerta del refugio: "Abrid camaradas, sólo buscamos un lugar donde calentarnos". Pero las puertas estaban cerradas por dentro y no se abrieron. A través del cristal, se podían ver un montón de soldados. Llamamos a 20 refugios y sótanos, pero en ninguno tenían sitio.
Muchos soldados se sentaban debilitados y agotados en la nieve. La mayoría no volvían a levantarse. No puedo olvidarme de dos soldados, uno de los cuales quería sentarse. Su camarada le gritaba: "¡No te sientes! ¡No! ¡No puedes sentarte!" El otro lo miró inexpresivamente y finalmente se sentó.

AFORTUNADA CASUALIDAD
De entre algunos vehículos, que atravesaban la población, reconocí el coche del pastor de la división. Le hice señas y paró. A nuestra pregunta sobre nuestra división y departamento de noticias, respondió que se dirigía hacia allí. El resto de nuestra unidad se reunía en Stalingradski , en las afueras de Stalingrado. Nos sentamos detrás. De nuevo encontramos a nuestra unidad. Nos habíamos escapado del infierno de Gumrak., Pudimos refugiarnos en sótanos abandonados. 4 hombres nos arrastramos hasta un refugio. 2 hombres más se unieron a nosotros. Fuimos tirando durante horas y días. El tiempo pasaba mientras desmenuzábamos madera para la estufa metálica, para calentar nuestras manos y pies congelados. Carecíamos de los medios necesarios para nuestro aso y cuidado. La asistencia de los dos heridos graves y el abastecimiento de la patética ración de media rebanada de pan por hombre, era sólo para los heridos leves, a los que yo pertenecía.
Durante la visita de un médico , nuestro nombres y el tipo de herido fueron apuntados. Dos de nuestros hombres con heridas superficiales, fueron enviados a otra compañía, de nuevo en activo. Nunca los volvimos a ver. Su lugar en nuestro refugio, fue reemplazado por otros soldados de otras compañías.

POSIBLE SALVACIÓN
El 22 de enero, un sanitario nos examinó rápidamente, y nos preguntó si podíamos caminar. Pensábamos que quería ponernos de nuevo en combate, y le enseñamos nuestras heridas. Nos explicó, al contrario de lo que creíamos, que debíamos ser evacuados, en caso de que pudiéramos llegar por nuestros medios al aeródromo. Desde hacía algunos días, habíamos visto algunos aviones aterrizar en los alrededores. ¿Qué quería decir esto? Sólo necesitábamos recibir la orden por escrito del médico. Más que nada, sonaba a broma. Finalmente recibimos la autorización. En el campo de aterrizaje, nos dividieron a los heridos en grupos de 20 hombres. Cada grupo debía volar en un avión. Nadie sabía si iban a aterrizar suficientes aviones. Muchos se abrían paso entre las nubes, y dejaban caer su carga mediante paracaídas. Ningún avión aterrizó. Por aquel entonces, los grandes aeródromos ya habían sido tomados por el enemigo. El enemigo ya se había dirigido dos veces a nuestro ejército para exigir su rendición. Dos veces fue rechazada. Cada aterrizaje era un gran riesgo. Tras una inútil visita a la pista de aterrizaje, nos dirigimos de nuevo al aeródromo y esperamos.

LA EXCURSIÓN
Dos horas y media después, apareció un Ju 52 entre las nubes y aterrizó. Giró y se dirigió hacia nosotros. Le siguieron dos aviones más. Los grupos de hombres ya no podían esperar más. Los heridos corrían, cojeando y brincando hacia los aviones. Me quedé apretado contra el fuselaje de uno. Un par de hombres me agarraron. El tiempo era escaso. La tripulación se apresuraba. Los soldados que descargaban, fueron los primeros en sentarse en el avión. Tuve suerte. Subí al avión el número 17 ó 18. Entonces se cerraron las puertas. 100 heridos se quedaron detrás de cada avión. 21 pudieron subir. Eran más de los que el avión podía soportar al despegar y aterrizar. 11 hombres debían salir del avión. Nadie había sido el último en subir. Así nos quedamos. De repente, los rusos empezaron a bombardearnos. La rueda del avión quedó atrapada en un agujero. Debimos descender del avión y empujar. Volvimos a subir y el avión se elevó en el aire.

La liberación
No estaba muy tranquilo, ya que aún debíamos sobrevolar el fuego antiaéreo y aterrizar. Sólo cuando estuve en el hospital de Swerewo y pude tomar una sopa, tuve la sensación de que había sido salvado. Al poco tiempo, recuperé mis fuerzas y las heridas cicatrizaron. Solamente había sufrido la pérdida de dos dedos de los pies. Psicológicamente aun tenía que sobrevivir a una dura batalla.
Me comuniqué con los familiares de mis camaradas. Todas esas familias me preguntaban por el destino de sus Padres, hombres, hijos y prometidos. Algunos preguntaban como es que algunos habían sido evacuados por aire y otros no. Me pareció muy difícil darles una respuesta.

En aquella época, Hans-Eckhard Kalwait tenía 20 años y era cabo. Sobrevivió a esa terrible guerra.

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Foto de Hans - Eckhard Kalwait en mayo del 1943, 3 meses después de la salvación.

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Foto de Hans - Eckhard Kalwait y M. Deimel en la inauguración del cementerio de Rossoschka, en mayo de 1999, de nuevo en Stalingrado.

Fuente: http://feldpost.mzv.net/Zeitzeugen/Zeit ... weit_.html

Saludos