Publicado: Jue Nov 30, 2006 10:47 am
por ParadiseLost
Supervivientes recuerdan la batalla de Stalingrado (III).
Soldado de artillería Falk Patzsch, de Königstein

Ya no teníamos ninguna esperanza

Texto original: Gerald Praschl
Foto: Nikola Kuzmanic
Traducción: ParadiseLost, bajo el permiso de Konrad Schnitzler.
Prohibida su divulgación total o parcial sin la expresa autorización de su autor original.

Sus manos tiemblan desde las primeras frases. Falk Patzsch nació en 1922 en Königstein, hoy jubilado en Weißwasser, es un prisionero de sus horribles recuerdos. Su mujer, Ella (74), toma su mano para tranquilizarle. Entonces se prepara de nuevo, para contar la historia de su juventud perdida.

Una historia llena de locura, guerra y destrucción.
Falk Patzsch: "Mi infancia estuve llena de vivencias horribles. Mi madre murió muy pronto. Mi padre no se ocupó en absoluto de mí, ni de mi hermana. Muy a menudo no teníamos nada que comer. Los últimos años los vivimos en un horfanato. ¿Los nazis? Por aquel entonces, pasaba en las Juventudes Hitlerianas una gran parte de los pocos momentos bonitos de mi dura juventud. Así que lamentablemente, asimilé los lemas de ese "Flautista de Hamelín". Más tarde en mi vida, aprendí la lección. Sólo una vez quise ser engañado."

Muerte en Moscú.
Con 18 años, en 1940, fui llamado a filas. Y estaba claro que lucharía contra los rusos. El 22 de junio del 41, llegó la orden de atacar. Llegamos frente a Moscú. Entonces cayó el horrible invierno ruso. Mis compañeros se congelaban con su ropa de verano por miles. En la primavera del 42, nos hundíamos en el barro. Durante semanas estuvo nuestra división rodeada, y los rusos nos disparaban desde todas partes. Cada uno luchaba por sí mismo y por su vida, ya no había compañerismo. Se me congelaron las orejas y los dedos de los pies. Creer en una victoria o en el Führer, hacía tiempo que no se pensaba en ello. A principios del verano del 42 nos enviaron en dirección a Stalingrado. Cuanto más avanzábamos, más enfurecida era la resistencia de los rusos. Y peores los suministros. Casi no teníamos nada que llevarnos a la boca, y cada vez menos munición. Buscábamos en los bolsillos de los muertos en busca de comida.

Lucha en Stalingrado.
Entonces empezó el ataque en la ciudad. Delante nuestro los rusos, que luchaban por sobrevivir. Y detrás nuestro un enemigo peor: nuestra propia gente. Disparaban contra cualquiera que intentaba volver atrás. Cientos de compañeros fueron fusilados por cobardía ante el enemigo. Hubiera mentido al afirmar, que estaba interesado en como, en el otro bando los pobres cerdos pringaban como nosotros. Nuestro destino estaba claro: matarnos unos a otros. Una vez me quedé enfrente de un ruso. Por un pequeño instante le miré a los ojos. Entonces levanté mi pistola y él hizo lo mismo con su Mpi. Yo fui más rápido.

La traición.
Como soldados del frente, hablábamos abiertamente de nuestra desesperación. Al contrario, se debía ser cauteloso al hablar de la verdad. En una carta que envié a mi padre Otto por coreo militar a Königstein, le informé sobre nuestra desesperada situación y le escribí: "Ya no tengo ninguna esperanza de volver a ver mi país". Hubiera sido mejor no hacerlo. Mi padre era un nazi obstinado, que devolvió la carta a mi comandante en el frente, que me señaló como desmoralizador de la tropa. Gracias a Dios, mi comandante era un hombre respetable. Me hizo llamar y me dijo: "Patzsch, por esto debería mandarlo a fusilar". Entonces le dio la carta a su ayudante. Éste la puso encima de una parrilla y la encendió. Callados, vimos como el papel ardía."

La salvación.
A principios de octubre del 42, fui alcanzado por la metralla de una bomba en las inmediaciones de una fábrica en Stalingrado. El impacto me rompió muchos huesos, me alcanzó en el estómago, y me rompió el cráneo. Perdí el sentido. Estuve sepultado varios días bajo las ruinas. Entonces ocurrió un milagro, cuando semanas después desperté en un hospital militar en Litzmannstadt, en Pololonia. Fui evacuado en avión.

Una nueva vida.
A causa de mis graves heridas, fui declarado inútil. Como ya no quería tener nada que ver con mi padre, me mudé a casa de una familia en Namislau, que me acogió como a su hijo. Con mucha suerte, pude sobrevivir a la ocupación de los rusos en el 45. En Weißwasser encontré un nuevo hogar. A causa de las heridas de guerra fui declarado inútil, y sufro aún hoy en día ataques epilépticos. Ya no cogería un fusil por nadie. Hitler y Stalin, Ribentropp y Molotow, esos asesinos que hicieron la guerra, y que nosotros sencillamente, pagamos los platos rotos.

A causa de sus graves heridas, fue declarado inútil. 60 años después del ataque a Stalingrado, padece ataques epilépticos y pesadillas. Además, por una explosión quedó medio sordo. Hoy vive como jubilado en Weißwasser.

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Falk Patzsch, jubilado de 80 años en Weißwasser.

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El soldado Falk Patzsch, con 20 años en 1942.

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Documentos de la época.

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A causa de su heridas fue evacuado y acogido por una familia (2 columna, segundo por la izq).

Fuente: http://feldpost.mzv.net/Zeitzeugen/Zeit ... tzsch.html

Saludos