Publicado: Sab Jun 02, 2007 7:44 pm
por ParadiseLost
ANIVERSARIO / 60 AÑOS DE "CARNICERIA"
LOS ULTIMOS DE STALINGRADO
TRES VETERANOS rusos recorren con CRONICA las ruinas de la mítica batalla y desempolvan los recuerdos: alemanes que buscaban una bala perdida que los devolviera a casa, compañeros que se suicidaron poco antes de que llegara la ayuda, enemigos muertos, congelados con las manos estiradas hacia las fogatas...

DANIEL UTRILLA. Volgogrado

Desde que la artrosis les declaró la guerra, las placas de hielo pulido que alfombran las aceras de Volgogrado se han vuelto tan peligrosas para sus huesos como lo fueron en su día las minas alemanas. La avenida Lenin carece de pasos de cebra, lo que obliga a Mijail, Gamlet y Piotr a acelerar su andar cansino ante el despiadado embate de los Lada. Mucho ha nevado desde aquel día de agosto en que Piotr Aljutov se las vio cara a cara con los temibles acorazados panzer en Svetloyarsk, a las afueras de Stalingrado."Se nos echaban encima. Eran muchísimos, pero logramos destruir a tres", narra agarrado al enviado de CRONICA tras alcanzar con éxito la otra acera. Aún hoy se estremecen cuando ven una esvástica cruzar la pantalla del televisor durante una emisión de cine bélico. "Me entran hasta temblores", confiesa Piotr, que sigue oyendo el "ruski kaput!" que solían escupirles los alemanes.

Ninguno de ellos recuerda con exactitud cuántos nazis abatieron con su fusil automático del total de 80.000 que cayeron en Stalingrado."Muchos", confiesan. Han rebasado los 80 años y son la memoria viva de la batalla de Stalingrado, la ciudad a orillas del Volga cuyos edificios pulverizados por los proyectiles de la Luftwaffe se convirtieron en 1942 en símbolo de la barbarie y siniestra metáfora de la sinrazón en la Segunda Guerra Mundial.

La abuela de todas las batallas cumple hoy 60 años. El 2 de febrero de 1943, los restos de lo que fue el VI Ejército del mariscal alemán Friedrich Paulus se rendían tras 170 días de fiero combate, casa por casa, en el laberinto de entrañas de hormigón de la ciudad. "Para celebrarlo nos bebimos unos tragos de vodka", recuerda Gamlet Dallakian, veterano de origen armenio de 82 años.

En 1991, la capital de la Gran Guerra Patria (como llaman los rusos a la Segunda Guerra Mundial) cambió su nombre por Volgogrado."Queremos que vuelva a llamarse Stalingrado. En diciembre, el presidente Putin dijo por televisión que no merecía la pena rebautizarla porque se crearía malestar. Y como en la Duma existe una mayoría pro presidencial ", se resigna Gamlet.

El 8 de agosto de 1942, dos semanas antes de que los nazis irrumpieran en la ciudad, Gamlet estaba operativo en el cuartel del Estado Mayor excavado junto al Volga bajo las órdenes de Andrei Yeriomenko, el mítico comandante del frente de Stalingrado. "Él vivía allí.Yo lo veía todos los días con Jruschov [entonces comisario en jefe del frente]".

Durante los más de seis meses que duró la batalla, Gamlet se la jugó a la ruleta rusa culebreando bajo el torbellino de metralla.Para garantizarle la comunicación al Estado Mayor del 57ú Ejército, debía arrastrarse desenrollando bobinas de cable sobre los escombros oxidados encalados por la nieve.

Las medallas que tachonan la pechera de Mijail Matrosov tintinean bajo su cazadora de cuero mientras se desplaza con paso inseguro hacia el malecón del Volga flanqueado por sus otros dos tovarishi de trinchera. "Mi tarea consistía en vigilar con binoculares el movimiento de los alemanes, detectar las posiciones del fuego enemigo y tomar prisioneros vivos" narra el ex combatiente de la división 260 en Stalingrado y veterano más laureado de los 2.300 que aún viven en la ciudad. Cuando el prisionero se resistía a entregarse, "había que clavarle un punzón de zapatero en las nalgas".

La troika de veteranos se detiene ante la llamada Casa de Pavlov, un ruinoso edificio con vistas al Volga que el sargento Yakov mantuvo fuera del alcance de los alemanes durante 58 días, convirtiéndose en símbolo de la férrea resistencia soviética. "Cuando los alemanes llegaron al segundo piso de esta casa, una mujer paría en el sótano. Aquella niña, que aún vive, cuidó de mi hijo cuando era pequeño", recuerda Mijail ante la tétrica casa de ladrillo rojo horadada por enormes boquetes. El resto de la urbe fue reconstruido por completo. Sin embargo, la batería de su memoria, cargada de recuerdos siniestros, sigue atrapada entre las ruinas de la ciudad fósil que sólo ellos ven.

Donde hoy se extiende un bonito malecón fluvial, visualizan las barcazas repletas de soldados soviéticos cruzando el río entre los géiseres de agua levantados por los proyectiles de la aviación alemana. Ante la infinita escalinata flanqueada de álamos que conduce a la cima de Mamaev Kurgan, colina coronada por una descomunal estatua femenina de la Madre Patria, nuestros veteranos proyectan los surtidos de arena y sangre levantados por la Luftwaffe. Hollywood pagaría millones por acceder al archivo de memoria fotográfica que atesoran sus retinas. El recuerdo escrito de lo que fue la cruenta batalla ha quedado plasmado en Stalingrado, de Antony Beevor (publicado por Memoria Crítica), un libro que se ha convertido en un best-seller mundial y que recoge cartas de soldados y testimonios de supervivientes.

VIVEN PARA CONTARLO
Con 18 años, Mijail fue enviado desde lo más profundo de su Siberia natal al infierno de Stalingrado. Hoy volvería a defender la ciudad entonando el grito marcial ruso de "Urrah!". "Fui patriota y sigo siéndolo", sentencia Gamlet con los ojos encendidos.

Ningún alto mando militar del Ejército Rojo vive para celebrar la victoria. Sólo los más bisoños, aquéllos que en 1942 apenas contaban 20 años, brindarán hoy sabedores de que no sobrevivirán al próximo aniversario con cifra redonda. De los militares soviéticos que participaron en la batalla sólo viven 50.000 (40.000 en la Federación Rusa).

El imperio rojo que defendieron en Stalingrado ya no existe.Conservan sus lesiones de guerra, pero el capitalismo que invadió Rusia en 1991 les ha hecho más mella que las balas del Tercer Reich. Los hombres que pararon los pies a Hitler (de cuya llegada al poder se han cumplido esta semana 70 años) cobran hoy pensiones militares de 3.000 rublos (90 euros). El gobierno local les ha obsequiado con 900 rublos (27 euros) por del 60ú aniversario.Una ofensa para quienes coagularon con su sangre el avance nazi.Stalin no escatimó en vidas: 485.751 militares soviéticos perecieron en la batalla.

Stalingrado le retorció la mano derecha cuando una bala se le alojó entre varias falanges. Aun así, tras la guerra pudo trabajar 50 años en la fábrica de artillería Barricade, uno de los edificios neurálgicos durante la batalla. Unas botas amarillas de fabricación norteamericana salvaron la vida a Piotr cuando los tanques alemanes rompieron la línea de defensa de su brigada. "Una explosión me alcanzó la pierna, pero las botas tenían una suela muy gorda que quedó completamente destrozada", cuenta.

En Stalingrado, Gamlet fue herido en la espalda, pero fue durante su posterior avance hacia Berlín cuando la explosión de una mina le causó una fuerte contusión. Hoy, su pensión por invalidez de 3.626 rublos (109 euros) no le alcanza para costearse los medicamentos. "En teoría deberían darnos las medicinas, pero durante siete años no he recibido ni una píldora gratis", se indigna.

AÑORANZA COMUNISTA
Gamlet, que tras la guerra trabajó como corresponsal de la agencia Itar-Tass en Bakú, añora el paternalismo comunista que no conocerán sus dos nietos ni su par de biznietos, la audiencia predilecta de sus batallitas. "En la época soviética yo recibía 132 rublos, tenía un apartamento de cinco habitaciones y pagaba al mes 17 rublos por él. Ahora vivo en una jruschova [apartamento prefabricado de los años 60] y he de pagar 600 rublos por agua, luz y gas.Desde 1928 y durante todo el periodo soviético, un kilowatio de electricidad costaba cuatro kopeks [centésima parte de un rublo]. Ahora cada mes suben los precios. Se burlan de nosotros", se indigna.

Su actitud demuestra que el toque de atención dado por la UE a Rusia para que liberalice los precios domésticos de su sector energético va a encontrar en los veteranos de Stalingrado una feroz resistencia.

El 23 de agosto de 1942, los aviones alemanes de la cuarta flota aérea, comandados por el barón Wolfram von Richtofen (autor de la destrucción de Gernika en 1937), rociaron la ciudad con 1.000 toneladas de proyectiles en el primer bombardeo masivo de Stalingrado.De los 600.000 habitantes de la ciudad, 40.000 perecieron en la primera semana. "Vi esta ciudad unos días antes del bombardeo.Era muy bella. Con casas buenas de piedra Pero los alemanes se propusieron aniquilarla. Un bombardeo como el que hubo aquí no existió en ninguna parte", explica Gamlet cerca de los tres modelos a escala de aviones del Ejército Rojo que dominan desde sus peanas la vista al Volga.

A escasos metros de donde nos encontramos vivió un tétrico episodio que aún hoy le impide conciliar el sueño. "Era de noche. A nuestro chófer lo había descuartizado un proyectil durante los terribles bombardeos y nos disponíamos a enterrarlo cerca del río. Cuando acabamos y empezó a despuntar el alba, vimos que no habíamos enterrado su piernas", narra con la voz tomada por la emoción.

El devastador ataque nazi sobre la ciudad movió a Stalin a lanzar desde Moscú una consigna incontestable: "Ni shag nasad!" ("¡Ni un paso atrás!"). Las miradas furibundas de los dos dictadores más temibles del siglo XX se clavaron en el mismo punto del mapa.Destacamentos especiales del Ejército Rojo fusilaban en el acto a los desertores y a quienes se lesionaban adrede para ser evacuados."Cuando hacíamos reconocimientos a ras del suelo, había quienes alzaban las manos para que les diera una bala perdida", recuerda Mijail.

En septiembre, el VI Ejército de Paulus lanzó una oleada de exitosos ataques contra los centros fabriles septentrionales en la orilla occidental del Volga, donde los soviéticos mantenían bolsas dispersas de resistencia encabezadas por el 62ú ejército de Vasili Chuikov.Había comenzado lo que los alemanes llamaron rattenkrieg (guerra de ratas), un combate casa por casa que permitió a los soviéticos encasquillar la guerra hasta la llegada del invierno. Una guerra de emboscadas urbanas que Moscú perdería medio siglo después en las calles de Grozni. "En su actual estado, el Ejército ruso sería incapaz de vencer de nuevo a los nazis. A los jóvenes les falta nuestro patriotismo. Nuestro Ejército Rojo era tan poderoso que, si los aliados nos hubieran dejado, habríamos llegado no sólo a Berlín, sino hasta el Golfo de Vizcaya", exagera Gamlet.

Fue en estas escaramuzas callejeras donde Mijail se ganó a pulso su medalla de la gloria militar. Los alemanes le habían rodeado a él y a seis camaradas en el interior de una casa semiderruida."Querían arrestarnos vivos. Hice un llamamiento a nuestra artillería para que abriera fuego contra la casa: "Moriremos por la patria, abran fuego hacia nuestra posición". Uno de nosotros no soportó la tensión y se suicidó con una granada. Cuando empezó el fuego, logramos bajar al sótano, los tanques se alejaron y salimos con vida", dice con la tranquilidad de quien narra sus peripecias vacacionales.

Gamlet tuvo ocasión de resarcirse pocas semanas después, cuando el Ejército Rojo desplegó desde el río Don su mítico cerco para aislar al VI Ejército (donde quedaron atrapados 290.000 alemanes), plan concebido por el jefe del Estado Mayor, el mariscal Gueorgui Zhukov. El 19 de noviembre, la división de Mijail cercó una unidad militar alemana. En ese momento, el VI Ejército, esquilmado por los piojos, la desnutrición, la disentería y las bajas temperaturas de hasta 30 grados bajo cero, era abastecido por medio de un puente aéreo con aviones de carga Junkers 52, que lanzaban productos en paracaídas.

El fuerte viento desvió tres cajas hacia una zona neutral, lo que desató una batalla entre alemanes y soviéticos, quienes, aunque mejor abrigados, no andaban sobrados de víveres. "Nos hicimos con la mercancía, pero resultó que dentro sólo había avena Los alemanes ya no tenían caballos, se los habían comido.¿Entonces, por qué les lanzaban avena?", pregunta Mijail.

Con la llegada del invierno, el hambre hizo mella en ambos bandos."No había agua. La traían de un lago y la filtraban: la mitad era líquido y la otra mitad, gusanos", rememora el octogenario.Pese a que el infierno blanco -sumado a la dimensión del contraataque rojo- apenas dejaba resquicio a la esperanza, Hitler se mostró inflexible y prohibió al VI Ejército cualquier maniobra de retirada con la promesa de un reabastecimiento que nunca llegó.

"Yo acompañé a unos emisarios de tregua el 8 de enero del año 1943 en la región de Koni Rasiest", recuerda Matrosov con exactitud enciclopédica. "Les ofrecimos rendirse prometiéndoles que después de la guerra volverían a su patria. Ellos nos propusieron huir del anillo a través de un corredor. Nuestros jefes no aceptaron y el 10 de enero de 1943 tomaron la decisión de aniquilarlos", relata, gélido.

COMO NAPOLEON
Las escenas que se vivieron entonces recordaban a la debacle del Ejército napoleónico en el invierno ruso de 1812. "Encontramos alemanes muertos por congelación con las manos estiradas hacia las fogatas. Mientras el soldado soviético iba vestido con valienki (botas de fieltro), abrigo y gorro de piel, el alemán vestía uniforme ligero y gorrito de verano", explica Mijail.

Pese al rencor que aún guarda a los invasores, Mijail entabló una entrañable amistad en los últimos años con un ex soldado alemán. "Cuando se cumplieron 50 años de la victoria vino una delegación de veteranos alemanes. De repente, uno de ellos se levanta y me dice: "Yo le recuerdo. Usted me hizo prisionero.Soy Víctor Prusan"". Desde entonces y hasta su reciente muerte, Prusan volvió cada año a Volgogrado en su particular purga con la Historia. "Reconocieron su culpa", dice Mijail mientras sostiene un periódico amarillo de posguerra con una foto suya 60 años más joven.


SEIS SOVIÉTICOS MUERTOS POR CADA ALEMAN
En noviembre de 1942 el VI Ejército de Paulus sucumbía ante el inesperado cerco soviético ("Operación Urano"), un ataque envolvente que dejó aislados a 290.000 alemanes. Si en el aire la "Luftwaffe" dio mil vueltas a los cazas rusos -1.200 aparatos frente a 337-, en la guerra de tanques fueron los versátiles T-34 del Ejército Rojo quienes amilanaron a los más numerosos 'panzer' y 'tiger'.El derroche de vidas entre los soviéticos fue abrumador: 485.751 bajas mortales de un total de 1.100.000. Los alemanes contaron 80.000 muertos, aunque hay fuentes que doblan la cifra.

PELICULAS "ENFRENTADAS"
La más reciente película sobre la batalla de Stalingrado es Enemigo a las puertas (2001), del francés Jean-Jacques Annaud, que recrea la historia real del francotirador soviético Vasili Zaitsev, que mató a 149 alemanes en Stalingrado. Anteriormente, el filme germanosueco Stalingrado (1993), dirigido por Joseph Vilsmaier, hurgó en la herida de la ética militar con una historia de soldados alemanes atormentados. Desde la norteamericana El chico de Stalingrado (1943), de Sidney Salkow, cineastas de los dos bandos enfrentados aportaron su visión. La batalla de Stalingrado I y II, de Vladimir Petrov (1949-50) y Soldados, de Alexander Ivanov (1956) por parte de la URSS; Perros, ¿queréis vivir para siempre?, de Frank Wisbar (1958) y El doctor de Stalingrado, de Géza von Radvanyi (1958) por parte de Alemania Occidental.

Imagen
Gamlet Dallakian, Mijail Matrosov y Piotr Aljutov (de izda. a dcha.), veteranos de Stalingrado, ante las ruinas de la llamada "Casa de Pavlov".

Fuente: [i] http://www.elmundo.es/2003/02/02/cronic ... esora.html


Saludos